Dejando huellas en el parque nacional Henri Pittier

Para la edición 37 de la Caminata de San Sebastián, elsiglo decidió caminar con su gente, para documentar y vivir de primera mano cada paso de los caminantes, porque aunque muchos deciden caminar, cada quien decide que huella dejar.

Un río vibrante par darse un chapuzón antes de continuar el camino

El recorrido se inició a las 6:00 a.m., pero desde mucho antes ya se podía apreciar a centenares de caminantes ansiosos por comenzar esta aventura. La luz de la luna llena iluminaba los rostros entusiasmados y aunque no hubo cuenta regresiva, nadie lo advirtió, se abrió el paso para que se iniciara esta peregrinación.

El equipo reporteril de elsiglo permanecía en el lugar para documentar cada momento y luego, caminar también esos 42 kilómetros para así mostrar las vivencias con las que se identifica todo aquel que ha hecho tal recorrido.

Esos primeros cinco kilómetros el cuerpo protesta por la subida, pero al pasar unos minutos los músculos empiezan a entender lo que está ocurriendo, al mismo tiempo que el denso bosque empieza a reclamar las miradas.

Unos cuantos caminantes llevan consigo una corneta con música; lástima, se perdieron el sorprendente sonido de los monos araguatos cual viento fuerte que ruge entre las montañas.

La basura dejó una huella imborrable en el pulmón vegetal

El frío de la madrugada sólo hace anhelar un cafecito recién colado, pero en su lugar empiezan a aparecer los puntos de hidratación para asistir a los participantes.

Niños, jóvenes, adultos, ancianos, personas con alguna discapacidad, madres con sus bebés en coche y hasta mascotas, todos caminan sin cesar, con la esperanza de llegar por lo menos hasta «La Cumbre» en Portachuelo y empezar a bajar, creyendo inocentemente que la ruta se pondrá fácil.

El bosque nublado cobijó a los caminantes rumbo a Ocumare de la Costa

El mirador de Venezuela Bella, se abre en la lejanía en el kilómetro 10 y allí con la luz de la mañana los caminantes aseguran las fotografías que pondrán en sus redes sociales, aprovechando una vista panorámica de la ciudad y en el fundo los Morros de San Juan.

Más adelante los llamados «Bici Escoltas» empiezan a anunciar que la estación de Rancho Grande está cerca, con baños y decenas de funcionarios dispuestos a apoyar a todo el que lo necesite.

De allí a la cumbre, parece que pasó sólo un bostezo, otra foto épica – «llegamos a la cima, ya empieza la bajada» – decían entusiasmados los peregrinos.

A poca distancia, la capilla de la Virgen del Carmen recibía a los creyentes, quienes encendían velas y rezaban por cada una de sus causas. Luego, a seguir caminando.

Un gran número de cascadas empiezan a aparecer y también la basura se hace cada vez más visible, el plástico empieza a ganar territorio y algunos puntos de hidratación de empresas privadas reparten folletos que serían tirados al suelo.

La señora Lilian González venía contenta animando a su grupo de senderistas de Carabobo, asegurando que desde el 2016 no hacía esta ruta. «En ese entonces no hubo organización, eran años difíciles para el país», aseguró.

Más atrás venía Noraima Ferrer, con su piel morena y su alegría desbordante animando a los caminantes, aunque eso significara que su llegada a la meta se prolongara hasta las 6:00 p.m. «Yo camino por los que ya no pueden caminar», decía.

LA TEMIDA Y AMADA TRILLA

Luego de unas cuantas horas de bajada, los pies no aguantan más, las ampollas empiezan a aparecer, la sed, la fatiga, el hambre y muchas sensaciones difíciles de explicar, pero ocurren dos cosas cuando llegas al sector La Trilla.

Innumerables cascadas y manantiales brindaron la mejor hidratación a los participantes

Por un lado, las piernas ya no quieren avanzar porque la bajada se acabó, ahora hay que esforzarse para seguir caminando en lo plano, pero no todo es sufrimiento, porque los caminantes se encuentran con un pueblo maravilloso que sale a la carretera con silbatos y tambores a dar ánimos a quienes caminan.

Otros, como el señor Ramón, sacan una manguera con agüita fría de la montaña para que los caminantes se refresquen, aunque a pocos metros ya el río empieza a ganar protagonismo y las personas desesperadas por el cansancio buscan en su pureza y frescura un poquito más de fuerza.

Los últimos 10 kilómetros son el verdadero reto, el sol en su centro y ya no hay bosque que abrigue al peregrino, sólo su determinación, fuerza, fe y ganas de llegar a la meta.

Ves pasar vehículos recogiendo «a los soldados caídos», aquellos caminantes que simplemente ya no pudieron más y el que sigue en pie, trata de no mirar para no verse tentado a subirse en uno de éstos.

Pero cuando el camino parece más doloroso y el kilometraje marcado en la carrera te empieza a decir números equivocados que no permiten que sepas qué tan lejos o cerca estás, aparece como milagro del cielo el arco con sus letras de «Bienvenidos al municipio Costa de Oro».

Lágrimas, risas, más fotos, cansancio, todo pasa en un instante, pero todavía faltan metros por recorrer y ya caminando hacia el pueblo empiezan a parecer los aplausos – Ya llegaste, ya llegaste – escuchas como te animan los otros caminantes que una vez cruzada la meta, empiezan a caminar por el pueblo buscando establecimientos para comer y beber algo.

«Oh San Sebastián cuando tú te vayas, le dejas el mando a la Candelaria», cantan los lugareños para darle la bienvenida a aquellos que fascinados han logrado un reto que posiblemente creían imposible.

De esto se trata la caminata de San Sebastián, un encuentro con la naturaleza, con cualquiera que sea tu creencia e incluso un encuentro contigo mismo.

CHIQUINQUIRÁ RIVERO | elsiglo

MV