Expedientes de “El Señor de la noche”

A principios de 2014, los jefes les ordenaron a los agentes para casos especiales del Cicpc, Carlos Salinas y Mario Pinto, que revisaran los expedientes antiguos sobre asuntos no resueltos ocurridos entre enero de 2007 y julio de 2010 para clasificarlos, desclasificarlos o retomarlos, según los criterios técnicos científicos.

Entre estos hechos, ninguno fue más asombroso que el del innombrable “Señor de la noche”. “Una especie de demonio con apariencia de hombre bien vestido (generalmente usando sobretodo negro) y bien parecido de quien se decía seducía mujeres con las que bailaba en discotecas o antros varios, para luego mostrarse en todo su espanto infernal.

Hay quienes aseguraban haberle visto transformado, flotando sin piernas entre halos de gas negro y otros, que tenía patas de macho cabrío. Juraban los testigos que en Valencia y Maracay había sido visto en locales nocturnos y en cementerios por infinidad de personas. Los testigos aseguran que no hay duda de que este ser demoníaco ha sido invocado por la canción del reggaetonero Don Omar, de quien aseguran tiene pacto con el diablo.

Anexa al expediente estaba la misteriosa letra de la canción del reggaetonero puertorriqueño: “Bailando sola está… (Bailando sola está) No sabe a qué se va a enfrentar la pobre… (La pobre). Ese lucho que está mortal… (¡Ahhh!) Que jamás podrá olvidarme, a mí. El Señor de la noche. Soy mitad hombre, mitad animal. El Señor de la noche. Mejor escapo que va a matar. El señor de la noche. Con tu corazón no deberías jugar. A mí. A mí. Que te haré subir al cielo. Bajar y besar el mismo infierno. Yo que seré tu dolor eterno”.

La lectura de este expediente en particular hizo sonreír prudentemente al agente Mario Pinto, quien desde su escritorio recordó a su compañero Carlos Salinas que aquello había resultado una idiotez, pero que entonces “El Señor de la noche” les había dado muchos quebraderos de cabeza.

Ambos comenzaron a compartir ideas sobre el siniestro asunto y recordaron que ellos se habían visto involucrados con ese “mito urbano”, porque incluso hubo homicidios que fueron relacionados presuntamente con la maligna aparición.

Aunque ni ellos ni sus jefes pensaban entonces que los referidos homicidios estuvieran relacionados con ningún demonio o espectro, podría ser que hubieran sido cometidos por un demente de carne y hueso que usaba la terrorífica figura del Señor de la noche para sembrar el miedo en los corazones de sus víctimas. Fue así que iniciaron la averiguación sobre este oscuro asunto.

huella de un demonio

Las pistas comenzaron a seguirla los investigadores desde los alrededores del dique de Guataparo, al norte de Valencia, donde según había informes de avistamiento de “un bicho raro que saltó sobre el capó de un carro cuando una pareja de adolescentes estaban metiéndose mano”. Estos adolescentes habían reportado que “este demonio cayó desde lo alto y con su peso aplastó la trompa y las ruedas del carro se apachurraron”.

Posteriormente, “el bicho” se fue y a la mañana siguiente apareció el cadáver de un hombre en los alrededores. La víctima tenía un rictus de terror en el rostro, lo que indicaba que había muerto mirando a quien lo atacó. Tenía la espalda arañada, como si un tigre lo hubiera alcanzado con sus garras, dejándole la piel rasgada y jirones de camisa ensangrentada sobre ella.

En otro caso, el cadáver de un hombre fue hallado en una calle ciega la misma noche de un día sábado en que los asistentes a un bodegón ubicado en el barrio Bicentenario, al sur de Valencia, relataron que la energía eléctrica se había cortado al comenzar a sonar el reggaetón “El Señor de la noche”. Los asistentes a esa pachanga dijeron que los bombillos del establecimiento y de toda la calle “parpadearon” antes de apagarse y que incluso muchos de ellos explotaron.

Posteriormente, una brisa maligna se dejó sentir en la zona y entre el gentío que estaba bebiendo caña fue que vieron un ser muy alto que se paseó entre ellos flotando, sin piernas y que salió a la calle sin tropezarse con nadie, en dirección al callejón donde luego encontraron el cadáver.

Así como esos dos casos, había otros varios donde los testigos relacionaban al supuesto “Señor de la noche” con cadáveres localizados en las cercanías. Para las mentes lúcidas, deductivas y holmeanas de los agentes para casos especiales del Cicpc era patético creer que esos homicidios hubieran sido cometidos por algún ente del infierno; preferían creer que estaban buscando a un asesino de carne y hueso, aunque en cualquiera de los casos, se pusieron tras las huellas de un demonio asesino.

Paraeidolia

El mismo psiquiatra del Cicpc, quien colaboró con los investigadores en los extraños casos, se reía abiertamente de las presuntas apariciones del susodicho “Señor de la noche”. Decía que eso eran alucinaciones colectivas conocidas como la paraeidolia; un fenómeno psicológico donde el cerebro humano busca patrones conocidos y los aplica a determinadas formas que cree reconocer.

Según el psiquiatra, el caso más común era el de las personas que veían animales o rostros en las nubes; o de quienes veían ovnis; fantasmas como el Silbón, la Llorona; o de quienes veían monstruos como el del lago Ness, el yeti e incluso la cara, los ratones, los simios y todo lo que el ser humano creía ver en la superficie del planeta Marte. Lo cierto era que, con paraeidolia o no, los agentes tenían dos casos de homicidio ligados de una u otra manera con el “Señor de la noche” y debían resolverlos.

Las cosas nunca se esclarecieron del todo, y aunque varios de los homicidios tenían su lógica humana, nunca se descubrió a los asesinos; pero… el caso del hombre muerto en los alrededores del dique de Guataparo seguía sin tener pies ni cabeza. Este caso era algo realmente intrigante. Los arañazos en la espalda de la víctima no eran normales. Aunque al principio se pensó que las heridas las había hecho algo de metal, como un puñal, o hasta una garra de metal, los análisis dijeron que eso no era cierto.

El corazón de ese hombre había sido atravesado por un objeto puntiagudo, y tampoco se pudo determinar el arma homicida. Sobre todo en la espalda del sujeto (de quien se supo que era santero) había partículas de un material que parecía ser uñas, pero que Jhon, el forense, identificó como de origen animal, no humano. Era un material como de pezuñas de vaca o algo así. Sobre el pequeño orificio que le pinchó el corazón y lo mató, se creyó a priori que era una especie de punzón, pero tampoco era eso, pues no había partículas de metal en el tejido, aparte de que ese objeto había succionado gran parte de la sangre del individuo.

Esa muerte estaba llevando a los acuciosos investigadores a un callejón sin salida y aunque ellos no lo creyeran, se estaba tornando tan misteriosa que parecía escapar a toda lógica. Una noche, como a las 12 y pico, cavilando sobre el extraño asunto, el agente Carlos Salinas decidió ir al desolado paraje del dique de Guataparo. Esa noche hacía una brisa intensa que movía la copa de los árboles bajo una luna perfectamente redonda y refulgente.

Tras el volante de su camioneta, Salinas, intentando recrear los hechos que llevaron a la muerte de aquel hombre, decidió encender el reproductor del vehículo y comenzó a escuchar las notas de “El Señor de la noche” mientras se le perdía la mirada en las oscuras aguas del dique. Sugestionado o no, Salinas vio caminar sobre las aguas una figura siniestra, extremadamente alta y de rostro cerradamente oscuro.

Salinas quedó petrificado. Aquella visión era algo escalofriante que duró apenas unos segundos. El funcionario nunca supo si fue algo real o una mala pasada de su mente. Lo cierto fue que el asesinato en los alrededores nunca fue resuelto. Aunque los agentes especiales se negaban a la idea de que algo paranormal estuviera involucrado, jamás pudieron conseguir evidencias lógicas para resolver el misterioso caso al que se dio por llamar la víctima del “Señor de la noche”.