En Ecuador ya se contabilizan cerca de 250.000 venezolanos

Hay tantos venezolanos en Ecuador, dispersos en cada calle de Quito, Guayaquil o Cuenca, que se pudiera creer, por el acento cantaíto y la risa fácil que se cuela entre las tiendas y los automóviles, que uno está en Caracas, Maracaibo o Valencia.

 

Somos tantos los emigrantes de Venezuela en este país de 17 millones de habitantes, que decir 250.000 venezolanos —cifra del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana— puede llegar a ser bastante, sobre todo cuando una gran mayoría está trabajando en las avenidas, calles, autobuses y parques porque no hay empleo formal para tanta gente. Ni siquiera para los ecuatorianos.

 

Referencial

 

Aunque la inflación en Ecuador es de las más bajas de Latinoamérica: solo en noviembre fue de -0,25% y la acumulada es apenas de 0,17% , en tanto el desempleo es de un 4%, el mercado laboral ecuatoriano no pasa por su mejor momento.

 

Es por esta razón que Ecuador, el tercer país que alberga a la mayor cantidad de venezolanos en América Latina después de Colombia y Perú, desde hace un año se ha convertido en un trampolín para las esperanzas de los venezolanos, que la ven como un “paso” para impulsar su destino hacia Chile, Argentina o Perú, los destinos más frecuentes este 2018.

 

Es el caso de Robert Meléndez y Daniré Sierra, una pareja zuliana que tiene casi un año en Quito y piensa irse el que viene a Chile.

 

“Soy de Santa Rita (Zulia), donde me ganaba la vida como pescador, pero me vine en febrero porque ya no me alcanzaba ni para comer. Primero trabajé en un restaurante, pero me fui porque no querían pagar ni el mínimo y además explotaban a la gente. Ahora estoy aquí de vendedor y solo me pagan $10 diarios más 2,50 para la comida, pero con este ingreso solo nos alcanza para la comida, pagar el arriendo que son $ 80 y enviar algo (remesas) para la familia”, relata Robert, quien a sus 34 años confía en encontrar una mejor calidad de vida en Santiago de Chile.

 

El salario básico unificado (salario mínimo) en Ecuador es de $386, ajustado esta semana en $ 394 para el 2019, pero la mayoría de los venezolanos que consiguen empleo ganan menos, porque aunque existe una legislación que los ampara, esta no se cumple y ante la necesidad de ganarse la vida, los migrantes aceptan las peores condiciones que, sin embargo, puede alcanzarles para subsistir mientras llega una mejor oportunidad.

 

Un venezolano que trabaja en un restaurante, tienda o taller mecánico, sin contrato, puede ganar entre 300 y 350 dólares al mes, sin derecho a seguridad social ni al llamado décimo, es decir, los aguinaldos o utilidades que se reciben por estos días.
Mientras tanto, en Venezuela el salario mínimo no llega a 7 dólares (Bs.S 4.500) debido a la hiperinflación, que ya cumplió un año y ha provocado el éxodo de 3 millones de personas.

 

Visto este dato, es comprensible el riesgo que toman miles de venezolanos cada día al abandonar el país hasta caminando si es necesario. Entre enero y agosto 2018 , según cifras del Ministerio del Interior y la Cancillería ecuatoriana, ingresaron al país 806.616 venezolanos, de los cuales 671.549 siguieron hacia otros destinos, siendo el saldo migratorio 135.016 migrantes. Pero el balance de los últimos tres años es de 250.000 venezolanos.

 

“Es muy difícil conseguir trabajo aquí, yo no soy profesional pero sé de gente que se viene con todos sus papeles apostillados y ni así consigue trabajo, y si consigue no le quieren pagar lo que le corresponde sino que se aprovechan de que es extranjero”, expresa con molestia Daniré, quien atiende un local del centro de Quito.

“El año que viene nos vamos para Chile, aquí no podemos seguir, tengo cinco hijas: dos están con su papá y tres las tengo en Venezuela. Voy a regresar a buscarlas y después nos vamos. Por ahora sólo trabajo para comer, pagar arriendo y transferirles 20 dólares o un poquito más cuando puedo”, relata la mujer con expresión de cansancio y tristeza.

 

Tanto Robert como su esposa Daniré sienten que están siendo discriminados por su nacionalidad, pero reconocen que el mercado laboral en Quito está difícil para los mismos ecuatorianos.

 

La última encuesta de la Oficina Internacional de Migración (OIM), difundida este diciembre, señaló que 3 de cada 10 venezolanos afirma que ha sido discriminado por su nacionalidad y un 88,7% de los encuestados que consiguió empleo formal o informal aseguró que gana menos del salario básico.

 

Hasta septiembre, un reporte oficial indicaba que solo 8.617 venezolanos están laborando en el sector privado del país de manera formal, es decir, cuentan con un contrato de trabajo y seguridad social, e incluso, muchos tienen ingresos superiores al salario básico.

 

Las estadísticas indican que más del 54% de los venezolanos que residen en este país tienen entre 18 y 35 años, es decir, una población activa para el trabajo. Pero también se sabe que al menos 70% de los migrantes está en situación irregular.

 

“Yo me vine desde Ciudad Bolívar sin pasaporte porque no pude sacarlo, es muy difícil y hay mucha mafia. Me vine por Cúcuta, por las trochas, tuve que atravesar el río y aquí estoy desde hace dos meses, ganando 10 dólares diarios como vendedora”, cuenta con el rostro tenso y la mirada lejana Anilé Montero, una joven administradora que labora en una tienda del centro histórico de Quito y antes trabajó en una zapatería. En ambos empleos ha estado sin contrato ni beneficios porque solo cuenta con la Tarjeta Andina, que no le autoriza para laborar.

 

El informe del Grupo de Desarrollo de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, publicado el 5 de octubre, advirtió de este “estatus migratorio irregular” de la población venezolana en Ecuador, considerado el octavo corredor migratorio de Iberoamérica. El estudio reveló que este es uno de los principales problemas de los venezolanos en este país, además de que se dedican en su mayoría a la economía informal y hay “más mujeres que hombres en condiciones críticas”.

 

Esa es una realidad tan pesada como una roca. Decenas de venezolanos están sembrados en las esquinas, los semáforos y parques vendiendo tabaco (cigarrillos), chaulafán (arroz chino), golosinas (chucherías), arepas, empanadas, accesorios para celulares, fundas (bolsas) con frutas, caramelos…

 

“Yo tengo 52 años y jamás en mi vida pensé en dejar mi país. Jamás. Ahora estoy aquí en La Carolina vendiendo hallacas, mientras mis hijos trabajan en los semáforos”. Este es el testimonio de la caraqueña Noris Velásquez, quien tiene seis meses en Quito.

 

Noris es de Caricuao y trabajó durante 15 años como oficial de seguridad en el Hospital Clínico de Caracas. Se vino con sus cuatro hijos, dos de ellos de 24 y 26 años, que trabajan en los semáforos: uno vende galletas y el otro se volvió malabarista.

 

“Yo quiero que mi Venezuela mejore, mi país es lindo por donde se le mire. No me quejo de Ecuador, me quejo del Gobierno venezolano”, afirma con molestia mientras se cubre del sol de domingo.

 

Noris compite con sus hallacas con decenas de compatriotas en La Carolina, un parque que como El Ejido, en Quito, se ha convertido en “territorio de venezolanos”.

 

En Ecuador se han registrado tres olas migratorias bien diferenciadas: la primera, hace tres o cuatro años, de venezolanos en su mayoría profesionales, que lograron encontrar empleo aunque no siempre en sus especialidades. Una segunda movilización significativa ocurrió hace dos años, y ante la falta de empleo en el país se volcó a la informalidad, con la venta de comida y productos; la última oleada se registró desde agosto de este año, cuando el puesto fronterizo de Rumichaca recibió hasta 5.000 migrantes a diario. Actualmente, ronda las 1.000 personas, pero no todos se quedan.

 

Estos ingresos fueron en su gran mayoría de paso hacia otros países, sin embargo, los que se están quedando no consiguen trabajo, por lo que están saturando el mercado informal. Un pequeño grupo se dedica a pedir “colaboración” en las calles y semáforos, portando cartones que dicen muy grande: “Soy venezolano, ayúdame para poder seguir mi camino a Perú”. O Chile, o Argentina. Afortunadamente, no son muchos en esta situación, pero los hay.

 

En el último trimestre del año, los medios de comunicación ecuatorianos han reflejado cómo la oleada de venezolanos está moviéndose hacia las costas y ciudades pequeñas del país, ante la falta de empleo en Quito. Guayaquil, Cuenca, Manta y Santo Domingo son algunas de las ciudades que están recibiendo a los migrantes que deciden probar suerte en la Mitad del Mundo.

 

Esta preferencia tiene dos razones básicas: en la costa parece haber menos xenofobia que en la sierra y además hay más oportunidades de empleo.

 

Por lo pronto, las culturas de ambas naciones hermanas, hijas de Simón Bolívar, se apropian del lenguaje con simpatía, como “veci” por “pana”, o de los platos típicos, como las infaltables arepas por los ricos tigrillos, en una convivencia que, con la mediación de Dios, esperemos continúe por buen camino, mientras Venezuela da “el salto” hacia una mejor situación económica.