DISEÑANDO MÚSICA: Explorando el pentagrama digital

Cuando era un alumno de quinto grado, tenía dos compañeras de clase «ricas». No me resultaban tan desagradables sus despliegues de lujos, hasta que se inscribieron en un curso de música. En esa época, estudiar música era cosa de clase alta. Y para colmo, comenzaron a llevar al aula una melódica, un instrumento de viento con teclado, de uso pedagógico, pues permitía aprender las notas musicales y experimentar con las escalas. No era cuestión de envidia realmente, sino que cuando intentaban tocar la melódica, quedaba en evidencia que la riqueza no les vino con talento.

Pasado el tiempo, efectivamente fue creciendo en mí el interés por la música, pero sin ninguna opción presupuestaria familiar para aprender piano, violín o simplemente, melódica. Ese interés se desarrolló en la adolescencia con una afición de la denominada «música moderna», término surgido en los 70 para referirse a la música en idioma inglés.

El advenimiento de la era del «disco music» fue la alfombra mágica para iniciar una afición que persiste hasta estos días, con la experiencia de haber vivido seis décadas de grandes éxitos, catapultado por la «música disco», surfeando el «new wave», hasta el rock alternativo de los 90.

BLUES DEL TECLADO PERDIDO

Un primer intento de componer música fracasó, por la pérdida de un teclado Korg M1, un innovador sintetizador perdido en una aduana aeroportuaria. Pero todo cambió en 2012, con la llegada a mis manos de un iPad, que me permitió acceder a las aplicaciones de composición de música como Garageband, y finalmente a las versiones digitales de los teclados de Korg, especialmente la app iMS 20 y Korg Gadget 2. Esas apps finalmente me permitieron componer música de forma electrónica, primero para mi disfrute personal, y luego, para pocos «fans» de redes sociales como Soundcloud.

De esta forma, la llegada del iPad (2010) y las tablets en general marcó un punto de inflexión en la producción musical electrónica, democratizando el acceso a herramientas creativas, redefiniendo flujos de trabajo e incluso influyendo en géneros y estilos.

Su impacto puede ser analizado de esta forma:

Accesibilidad y portabilidad revolucionarias:

  • Los estudios en la palma de la mano, apps como GarageBand para iOS (2011) permitieron crear música electrónica completa sin necesidad de equipos caros o estudios físicos.
  • De esta forma, los artistas comenzaron a componer en trenes, aviones o cafés, rompiendo la dependencia de espacios fijos. A esto se sumó que muchas apps son más económicas que plugins o hardware profesional, por ejemplo BeatMaker 3.

Interfaz táctil: Un nuevo lenguaje creativo:

  • Efectivamente, el control intuitivo, o sea, la capacidad de manipular sintetizadores o secuenciadores con gestos (pellizcar, deslizar) añadió una capa expresiva ausente en DAWs tradicionales con mouse y teclado.
  • DAWs, es Digital Audio Workstation, un software que permite grabar, editar, mezclar y producir audio.
  • Ejemplo de esta nueva frontera de composición virtual fue la app Moog Model D, que emula de forma táctil los sintetizadores clásicos; Samplr (para manipular de forma granular los sonidos con gestos), o Borderlands Granular (creación de texturas sónicas mediante interacción táctil).

Nuevos géneros y experimentación:

  • La música modular móvil, apps como VCV Rack Mobile o Drambo llevaron la síntesis modular a las tablets, inspirando sonidos glitch y ambient.
  • Surgieron los «live looping» improvisados, pues herramientas como Loopy Pro permiten crear capas en vivo con gestos, popularizado por artistas como Reggie Watts.
  • Otra nueva frontera fue la fusión de arte y sonido: Apps como Fugue Machine (secuenciadores visuales) o Tycho’s ISO50 (visuales generativos) mezclan música y diseño.
    El iPad y las tablets no reemplazaron a los estudios tradicionales, pero expandieron las posibilidades creativas de la música electrónica. Convirtieron la producción en un acto más espontáneo, visual y colaborativo, atrayendo a nuevas generaciones de creadores. Hoy, son un eslabón clave en la cadena de producción, desde el boceto inicial hasta el escenario. ¿El futuro? Tal vez veremos tablets con IA generativa integrada o realidad aumentada para diseñar sonidos en 3D.

LOS SUEÑOS MIDI

En el desarrollo de los instrumentos electrónicos la clave estuvo en lograr la comunicación entre instrumentos y computadoras. Este paso de lo analógico a lo digital se gestó en los 80s, pero se consolidó entre 1990 y 2000, teniendo como tecnología básica el MIDI (1983) que revolucionó esa comunicación entre instrumentos y computadoras.

  • MIDI son las siglas de «Musical Instrument Digital Interface» (Interfaz Digital de Instrumentos Musicales), un estándar que permite la comunicación entre dispositivos musicales, ordenadores y hardware.
  • Otro paso fue el desarrollo de DAWs (Digital Audio Workstations): Programas como Cubase (1989) y Pro Tools (1991) permitieron grabar, editar y mezclar audio digitalmente.
  • Los secuenciadores se hicieron accesibles, como FL Studio (1997), que popularizó la creación de beats con una interfaz intuitiva.
  • Los sintetizadores virtuales: Reason (2000) y Native Instruments Kontakt (1996) llevaron instrumentos y efectos a entornos digitales.
  • Un paso siguiente fueron las aplicaciones móviles, especialmente iOS, que permitieron componer música en dispositivos portátiles.
  • Y un poco más reciente, la Inteligencia Artificial (IA) comenzó a aportar su ritmo, con herramientas como AIVA (2016) o Amper Music (2020), que generan melodías y arreglos automáticos.
    En este paso entre las computadoras y las tablets ha estado la clave de la expansión de la música digital, representada por las aplicaciones de composición que han borrado barreras técnicas y económicas, transformando la música en un arte más colaborativo y experimental.

Y aunque algunos añoran lo «analógico», lo digital ha creado un ecosistema híbrido donde la creatividad humana y la tecnología se potencian. En el futuro inmediato, habrá una integración aún mayor de IA, realidad virtual y herramientas interactivas, otorgando a personas con talento musical una vía expedita para mostrar al mundo su talento. Esto favorece a artistas que no hayan logrado romper el celofán de las productoras, jóvenes que no tienen recursos para desarrollar una carrera tradicional en la música, adultos con sueños de crear música de forma tardía en la vida, y que no encajan en el sistema. Igualmente se favorecen aquellas mentes artísticas innovadoras, con propuestas de vanguardia, que son considerados de alto riesgo para las disqueras, pues serán capaces de componer, producir y promover un tema experimental que, quizá se convierta en un éxito global.

¿No lo crees posible? Solo recuerda, que artistas como Billie Eilish han producido álbumes enteros usando DAWs en entornos domésticos. El título de su último álbum es anecdótico en este sentido, pues surgió de una conversación con su hermano Phineas. La chica consideró que el nombre de un sintetizador incluido en el programa Logic Pro representaba el sentido de su creación, y así lo bautizaron, en señal de que esas canciones nacieron en una mente humana, pero crecieron en el entorno digital de la música actual.

I FEEL LOVE

La música en computadora siempre fue de mis favoritas. Primero, «I feel love» (1979) compuesta por Giorgio Moroder para Donna Summer, que fue la piedra fundacional de la electrónica, luego en los años 80, casi todas las olas musicales desarrollaron en mayor o menor medida el sonido electrónico.

En la vanguardia estuvieron los alemanes Kraftwerk, considerados los padres de la electrónica, sentando las bases del género con su pionero estilo robótico e instrumentalización completamente computarizada, a lo cual se sumó el «dark pop» misterioso pero bailable de Yazoo, el dúo conformado por Vince Clarke y Alison Moyet.
En lo personal, fue vital en mi gusto por este género la banda «avant-garde synth-pop» «The Art of Noise», y su canción (y video de gran impacto y popularidad en MTV) «Close (To the edge)», que ejemplifica el estilo de «sampleo» del grupo, que incluso ganó un premio Grammy en 1986 por el tema instrumental «Peter Gunn».

Nuevas bandas como New Order y Depeche Mode; nuevas estrellas como Madonna y Prince mantuvieron el paso del estilo electrónico, y canciones inolvidables como «Let the music play» de Shannon, o «I can’t wait» de Nu Shuzz señalaron el camino hacia una diversificación de estilos: Electropop, House, Techno o Trance. Posteriormente llega el boom de la EDM (Electronic Dance Music) o el álbum «Ray of Light» de Madonna, considerado la cúspide del pop electrónico.

Empero, todos esos maravillosos artistas desarrollaron sus producciones en contextos básicamente analógicos, no obstante estaban señalando un cambio que con la llegada del nuevo milenio llevaría a la revolución de la producción musical personalizada.
Hoy en día, cualquier persona con una computadora, una tablet o un teléfono celular de alta gama, puede producir música, sin necesidad de estudios costosos, inspirado en Calvin Harris, Moby o The Chemical Brothers.

DISEÑO MUSICAL

¿Puede hacer música alguien que no tiene formación musical, no sabe leer notación musical y no toca ningún instrumento? Absolutamente sí, como es mi caso. Solo es requisito tener oído musical, una pizca de talento, mucha paciencia y organización mental, pero sobre todo, ideas. Resulta obvio que se requiera dominio en el manejo de estas tecnologías, pero siempre condicionado por el concepto musical que te permita desarrollar la creatividad a medida que te aventuras en este mundo fascinante del diseño musical.

Fue con la aplicación Korg iMS 20 que logré la primera secuencia de sonidos, base para un tema instrumental. El reto del app era que se «graba en vivo» la instrumentalización, es decir, que debías ser como el director de tus propios instrumentos, con tus dedos «entrando o saliendo» cada instrumento en la secuencia de velocidad ajustable.

Luego evolucioné dentro de Korg a su secuenciador Gadget, que como su nombre lo indica, se basa en una secuencia de sonidos, a un ritmo determinado, que suena a modo de «loop», creando los segmentos, que una vez son ensamblados conforman el tema. A diferencia del iMS 20, en el Korg Gadget no se graba en vivo, sino que se crea la secuencia (o composición) y se exporta como un sonido (canción).

Es casi imposible explicar con letras como se compone este tipo de música, pero si de algo sirven las analogías, podríamos decir que funciona como las antiquísimas cajitas de música, que tiene un cilindro con dientes que al girar hacen vibrar un peine de metal.

En la secuencia lineal existen «cajas», que al ser marcadas con el dedo, representan un sonido, con un instrumento asignado, por ejemplo un golpe de percusión. Al darle play, la secuencia se mueve linealmente y al pasar por la «cajita» donde está marcado el «beat» de percusión, esta suena. Si al lado de «percusión» marcas «platillo»; le das play, y la secuencia al moverse de nuevo linealmente pasa por «percusión» y hace «beat», e inmediatamente pasa por «platillo» y lo hace sonar; ambos sonidos en secuencia son «beat» + «platillo», lo que crea una base rítmica, que si la repites continuamente, así como gira el cilindro en la caja de música, obtienes la magia de una secuencia musical.

Ir de lo básico a desarrollar toda una instrumentalización, incluso agregar voz, toma práctica, pero principalmente mucho espíritu de superación, siempre guiado por la aventura de sacarle a la tecnología un poco de arte y entretenimiento.
Así como avanzas vas descubriendo las amplias posibilidades de este universo de la música digital:

  • Plugins como Serum* (sintetizadores), Kontakt (bibliotecas de samples) o Waves (efectos) simulan instrumentos y hardware de estudio, reduciendo costos y espacio físico.
  • Servicios como DistroKid, TuneCore o Ditto Music permiten subir música a Spotify, Apple Music, etc., sin intermediarios.
  • Herramientas como LyricStudio o MasterWriter usan algoritmos para sugerir rimas, estructuras o temas.
  • Software como Dolby Atmos Music o DearVR permite mezclar música en 3D, ideal para experiencias inmersivas.
  • Plataformas como Splice, Soundtrap o Audiomovers permiten a artistas trabajar juntos en tiempo real desde distintas ubicaciones, compartiendo proyectos y stems.

Para finalizar podemos recalcar que las aplicaciones digitales, con ayuda de la Inteligencia Artificial, han eliminado barreras técnicas y económicas, permitiendo que cualquier persona con una computadora o smartphone pueda crear música profesional. Sin embargo, también plantean desafíos creativos y éticos. Todos coinciden en pensar que el futuro probablemente verá una fusión aún mayor entre tecnología y arte, donde la innovación seguirá redefiniendo lo que es posible en la música. Y en mi caso, aquella melódica de una frustración infantil ahora es simplemente un sonido más en la biblioteca de los infinitos sonidos digitales.

JOHNNY OZALH | elsiglo

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