Por más de 276 años, los Diablos Danzantes de Yare han llenado de color, devoción y espiritualidad las calles del municipio Simón Bolívar, en el estado Miranda. Este jueves 19 de junio, como cada Corpus Christi, la cofradía se desplegó en procesión desde el templo San Francisco de Paula, hasta los 49 altares dispuestos por toda la ciudad, reafirmando su fe en el Santísimo Sacramento en una expresión viva de rendición del mal ante el bien, en un acto que este año también elevó un llamado global a la paz mundial.

Esta manifestación religiosa y cultural, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en el año 2012, no sólo representa una tradición profundamente arraigada en el corazón de Miranda, sino también un símbolo nacional de identidad, resistencia espiritual y unidad comunitaria.
La danza de los diablos, con su vibrante sincretismo entre elementos africanos, indígenas y europeos, encarna siglos de historia, lucha, fe y celebración colectiva del pueblo venezolano.
En el marco de un contexto internacional marcado por conflictos armados, tensiones geopolíticas y crisis humanitarias, la celebración de este año cobró un nuevo matiz: El de clamar por el cese de la violencia y el fortalecimiento de la esperanza.
La cofradía de San Francisco de Yare se unió simbólicamente a millones de personas en el mundo que anhelan reconciliación y entendimiento entre los pueblos. «Hoy bailamos para rendirnos ante el Santísimo cómo es costumbre y además para que el mensaje del bien venza al odio, y que la paz sea posible para todos», expresó Duglas Rivas, integrante de la cofradía, conmovido por el compromiso espiritual que cada año se renueva en esta celebración.
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Los promeseros, fieles a su promesa y tradición, recorrieron las calles vestidos con sus características máscaras de diablos, hechas a mano con papel maché y túnicas rojas decoradas con cruces, imágenes religiosas y amuletos de palma bendita. Acompañados por el sonido rítmico de las maracas y los mandadores, realizaron sus danzas frente a cada altar, evocando la eterna lucha entre el bien y el mal, una representación simbólica que trasciende lo religioso y se convierte en una herramienta poderosa de transmisión cultural entre generaciones.
César Navarro, quien ha sido promesero durante 30 años, compartió su testimonio de vida: «Cuando nací, mi vida estuvo en peligro. Mi madre hizo una promesa al Santísimo Sacramento, y gracias a esa fe, sobreviví. Desde entonces, cada año vengo a cumplir mi promesa, como un acto de gratitud y entrega». Como César, cientos de devotos se unen anualmente para cumplir promesas, agradecer favores y pedir bendiciones para sus familias y comunidades.
El fervor que envuelve esta manifestación es el reflejo del arraigo popular y la continuidad de una tradición que ha sabido resistir el paso del tiempo, convirtiéndose en un verdadero legado cultural de Venezuela para el mundo. Los Diablos Danzantes de Yare no son sólo una expresión folclórica o religiosa, sino un espejo de la identidad venezolana: Plural, espiritual, festiva, resistente y profundamente humana.
En un país que ha sabido sostener su alma colectiva a través de la cultura y la espiritualidad, los Diablos Danzantes de Yare representan un pilar invaluable del patrimonio nacional. Son una muestra de cómo la tradición puede ser al mismo tiempo memoria, fe y futuro. Y en medio de las sombras de la incertidumbre global, el sonido de sus maracas y el rojo vibrante de sus trajes siguen danzando como una oración viva, un canto a la paz y una reafirmación del poder del bien.
Elsiglo
GM