Bajo un cielo crepuscular teñido de naranjas y morados, el Patio Cultural de La Mora en La Victoria, municipio Ribas, se vistió de devoción el 3 de mayo, pues decenas de manos arreglaron cruces adornadas con flores de papel, colgaron racimos de plátanos y dispusieron guirnaldas de mangos y guayabas alrededor de un altar improvisado.

Así comenzó el Velorio de Cruz, una celebración que más que un ritual religioso, es un acto de resistencia de identidad en esta parte de la región aragüeña. Con cantos ancestrales, aromas de tierra húmeda y el repique de cuatros, la comunidad reafirmó su vínculo con una tradición que data de más de dos siglos y que hoy se niega a ser olvidada.
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El velorio, donde lo sagrado y lo festivo se entrelazan
El evento, organizado por la comuna Cacique Guaracarima, nombre que honra al líder indígena que resistió la colonización en estas tierras, reunió a más de 60 personas, entre músicos, decimeros y vecinos.
La ceremonia se inició con un rosario cantado, donde las voces de las mujeres mayores, cargadas de un acento aragüeño profundo, guiaron las plegarias. Luego, el ritmo cambió: Las fulías, cantos tradicionales de origen canario-venezolano, invadieron el espacio con sus versos improvisados y melodías que mezclan lo sacro con lo cotidiano.
La cruz de mayo clama con flores y con ramas

«Pa’ que el pueblo no olvide sus raíces en el alma», entonó Juan de Dios Sánchez, un cultor de 78 años, conocido como «El Trovador de La Mora», mientras los asistentes respondían al unísono.
La parranda, con sus cuatros, maracas y tamboras, transformó el patio en una fiesta donde niños saltaban, entre adultos y los frutos ofrendados, patillas abiertas en cruz, racimos de cambures, se compartían como símbolo de abundancia.
Karol Morillo, coordinadora de la Misión Cultura de Aragua explicó, «este velorio no es sólo un acto de fe; es un archivo vivo de nuestra historia. Cada canto, cada adorno, guarda la memoria de nuestros abuelos y de los pueblos originarios que habitaron estas tierras».
De la conquista a las calles de Ribas
La Cruz de Mayo llegó a Venezuela en el siglo XVI con los colonizadores españoles, quienes buscaban cristianizar a las comunidades indígenas. Sin embargo, en tierras aragüeñas el ritual se fusionó con las creencias de los pueblos Caribe y con las tradiciones africanas traídas por los esclavizados.
En Ribas, específicamente, la celebración adquirió un matiz único: las cruces se adornaban con frutos autóctonos como la lechosa y el merey, y los cantos incorporaron palabras del idioma meregoto, hoy extinto.
Para el siglo XIX, el Velorio de Cruz se había convertido en una práctica comunitaria para pedir lluvias y buenas cosechas. Morillo, también cultora local destacó: «En 1892, durante la Guerra Federal, los ribenses escondían alimentos bajo las cruces para compartirlos en secreto. Era un acto de solidaridad disfrazado de devoción».
En La Mora la tradición se arraigó gracias a las familias fundadoras, como los Pérez y los Rojas, quienes desde 1940 organizaban velorios en sus hogares. «Los pobladores cantaban durante la dictadura de Pérez Jiménez, la policía veía estos encuentros con recelo. Creían que éramos conspiradores, pero sólo estábamos cantando fulías», relató la autoridad cultural.
La cruz que une
Para Morillo, el Velorio de Cruz en Ribas trasciende lo religioso: «Es un espacio de cohesión social. Aquí se resuelven conflictos, se celebran bodas y hasta se pactan alianzas para siembras». De hecho, en 2023, tras una disputa por linderos entre dos familias, el velorio sirvió como escenario para su reconciliación, sellada con un canto a dúo.
La Cruz de Mayo también es un acto feminista silencioso. Las mujeres encargadas de tejer los adornos y dirigir los cantos, han convertido el ritual en un espacio de liderazgo comunitario. «Aquí mandamos nosotras», bromeó Petra González, de 67 años, mientras ajustaba una flor de papel a la cruz.
Recuadro destacado
¿Sabías qué?
- La fulía es un canto de origen canario que se fusionó con ritmos indígenas. En Ribas se distingue por el uso del cuatro en modo menor.
- Las ofrendas de frutas simbolizan gratitud por las cosechas. La patilla abierta en cruz atrae la prosperidad, según la creencia local.
DANIEL MELLADO | elsiglo
MG