Los dulces criollos siguen siendo alternativa en Ribas

En un mundo de sabores industriales y prisas modernas, el municipio Ribas en el estado Aragua resiste con dulzura. Sus calles siguen siendo custodias de un patrimonio gastronómico que endulza la memoria y el paladar: Los dulces criollos.

La variedad de dulces se aprecia en los puestos


Vendedores locales confirman que esta tradición, arraigada en los fogones y el ingenio de generaciones, sigue muy viva en esta parte del Este aragüeño, creando una red de sabor auténtico que conecta el pasado con el presente.


Karelys Contreras, una vendedora en el centro de La Victoria, aseveró: «Según lo que he visto los que más aprecian estos sabores son nuestros adultos mayores, pues dicen que les trae recuerdos de su infancia, de las cocinas de sus abuelas, los jóvenes de verdad se acercan esporádicamente».


Sin embargo, Contreras enfatizó que la demanda es constante y robusta. «Son muy buscados, no sólo por la nostalgia. Tienen un sabor único, auténtico, que no encuentras en otro lado. Y además son mucho más económicos que las golosinas empaquetadas de hoy, un gusto accesible».

Los adultos mayores son los principales compradores

UN ARCOÍRIS DE SABORES TRADICIONALES


La variedad que ofrece Ribas es un festín para los sentidos. En los puestos, cuidadosamente dispuestos, desfilan colores y texturas que son pura artesanía dulce, entre los más destacados, según los comerciantes se encuentran los Aliados, los abrillantados, los bocadillos, el dulce de leche, los coquitos y las conservas de coco. Todo esto sin dejar a un lado el dulce de higo, toronja y naranja.


«Los que vienen siempre tienen claro su compra hasta que ven la variedad que tratamos de tener siempre. Se llevan por lo general el Aliado, Pero si se les atraviesa una conserva o un dulce de leche no escatiman en llevarlos», expresó la vendedora.

PATRIMONIO Y SUSTENTO


Para los vendedores como Karelys, estos dulces no son sólo un producto; son un legado. «Muchas de estas recetas se pasan de madre a hija, o de familia a familia. Es un saber hacer que lleva tiempo, paciencia y cariño. No es sólo mezclar ingredientes; es saber el punto exacto del almíbar, el tiempo de cocción de la fruta, como lograr esa textura, esta es una transmisión de conocimiento vital para mantener viva la tradición y que por ejemplo aquí tratamos de llevarla, ya que los dulces son hechos por sus dueños».

Karelys Contreras, vendedora


El atractivo económico también es un factor crucial. En un contexto donde los precios suben, los dulces criollos se presentan como una alternativa de sabor auténtico a un costo significativamente menor que muchos productos industriales. Un aliado o un bocadillo pequeño pueden costar una fracción de una barra de chocolate importada, convirtiéndolos en un gusto frecuente y asequible.


Siendo así que la lista de precios van de la siguiente forma: Los aliados tienen un costo de 75 bolívares por unidad y 3 unidades por 200 bolívares, el chicharrón de coco y los coquitos 55 bolívares, las conservas 65 bolívares, el dulce de leche 60 bolívares, el pan de horno 65 bolívares, los abrillantados 50 y los bocadillos 30 bolívares.

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DESAFÍOS Y EL FUTURO DE LA DULZURA


Aunque la tradición persiste, los vendedores reconocen desafíos. La competencia con los productos industrializados, omnipresentes y promocionados masivamente, es constante. También existe la preocupación de que las nuevas generaciones, bombardeadas por sabores globalizados, no desarrollen el mismo apego a estos sabores locales.


Sin embargo, el optimismo prevalece. «Siempre hay gente buscando lo auténtico, lo de aquí. Vienen jóvenes que quieren probar lo que comían sus padres, por curiosidad o simplemente porque son parte de alguna tarea del colegio o universidad; y cuando lo prueban llevan hasta de más».


Algunos vendedores innovan discretamente, ofreciendo presentaciones más higiénicas o pequeñas muestras para atraer a nuevos paladares, sin alterar las recetas fundamentales.

UN ENDULZANTE VÍNCULO CON LAS RAÍCES


Comer un dulce criollo en Ribas es mucho más que satisfacer un antojo, es un acto de conexión con la historia local, con las manos que durante décadas han transformado frutas, leche y azúcar en pequeñas obras de arte comestible. Es un recordatorio de la simplicidad y el placer genuino.


En resumidas cuentas, mientras haya quien aprecie el sabor de lo hecho a fuego lento y con paciencia, la tradición de los dulces criollos seguirá endulzando el presente y el futuro del municipio.

DANIEL MELLADO | elsiglo

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