Antes de que los virus llenaran titulares y series apocalípticas, una película planteó un escenario posible y aterrador: ¿y si el primer contacto con vida extraterrestre no fuera con seres inteligentes, sino con un microbio letal?

Ahora que los microorganismos han pasado de la gran pantalla a las noticias, este filme plantea dilemas morales muy oportunos. Muchos años antes de que escribiera Parque Jurásico, Michael Crichton era un estudiante de medicina que intentaba abrirse camino como novelista. Lo logró en 1969 con La amenaza de Andrómeda, su sexto libro y su primer éxito de ventas, en el que planteaba una cuestión inquietante, pero en absoluto descabellada (y temiblemente posible): ¿qué ocurriría si el primer extraterrestre con el que contactara la humanidad no fuera un ser inteligente, sino un microorganismo? ¿Y si este tuviera efectos letales sobre los seres humanos? ¿Cómo se combatiría una epidemia procedente del espacio exterior?
La adaptación a la gran pantalla llegó solo dos años después, y supuso un pequeño hito dentro de la abundante producción del género que hubo en la década de los 70. Su director, Robert Wise, tocó la ciencia ficción ocasionalmente –Ultimátum a la Tierra (1951) y la primera adaptación el cine de Star Trek (1979)–, pero aquí prescindió de toda espectacularidad —salvo, como es casi obligatorio, en los minutos finales— y dio a la cinta un tono frío y casi documental, sin que por ello decaiga el interés hacia lo que nos cuentan.
Ciencia y pensamiento como única defensa ante lo desconocido
Casi toda la población de un pueblo de Nuevo México aparece muerta después de que un satélite se estrelle en sus inmediaciones. Las dos únicas excepciones son un vagabundo alcohólico y un bebé de seis meses.
El ejército reúne a un equipo de cuatro científicos en una instalación de alto secreto para que intenten aislar e identificar al organismo responsable y encontrar el motivo por el que los supervivientes no se han visto afectados.
Durante sus investigaciones, Andrómeda muta aumentando su capacidad de contagio, pero la instalación, un inmenso complejo subterráneo, cuenta con un mecanismo nuclear de autodestrucción que se activa en caso de que exista peligro de que la cepa consiga salir al exterior. ¿Será eso lo mejor para los humanos?
Confianza en los procedimientos científicos y la mutabilidad
Las puertas automáticas, los trajes de aislamiento y los protocolos obsesivos de descontaminación revelan una confianza absoluta en los procedimientos científicos, aunque esa confianza es constantemente puesta a prueba por la propia mutabilidad del agente alienígena. El miedo a lo que no se ve se combate con precisión quirúrgica.
Esta arquitectura futurista —concebida con la asesoría de científicos reales— aportó un realismo inusual en las películas del género.
La iluminación blanca, los ángulos fríos de cámara y la ausencia de elementos decorativos refuerzan un tono clínico y deshumanizado, donde incluso los científicos parecen reducirse a funciones operativas. La atmósfera transmite que, frente a una amenaza microscópica, no hay lugar para errores, ni para emociones.
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el siglo con informacion de.(muyinteresante)
SG