Bajo el cielo cargado de tradición, un repique de maracas y el crujir de alpargatas sobre la tierra marcan el compás de una historia que se escribe con el cuerpo; en el Día Internacional de la Danza, Venezuela exhala su cultura a través de giros, saltos y cadencias que llevan en su ADN el mestizaje de tres continentes.

En el municipio Ribas del estado Aragua, este lenguaje ancestral vibra con nombres propio, entre ellos: Fanny Morillo y Norka Cato, dos mujeres cuyos pies han bordado décadas de resistencia y celebración en cada zapateado.
LA DANZA UN MAPA DE VENEZUELA EN MOVIMIENTO
Instituido en 1982 por la Unesco, el 29 de abril no sólo rinde tributo al arte dancístico, sino que celebra su poder para unir pueblos. En Venezuela, la danza es un archivo vivo, en el joropo llanero late la épica de la independencia; en los tambores de San Juan palpita la herencia afrodescendiente; en La Llora de Aragua, el sentir de la ciudadanía contando vivencias de forma jocosa; y en la gaita zuliana se narra la devoción de un país.
«Bailar aquí es desenterrar memorias», reflexionó Fanny Morillo, autoridad de la agrupación Danzas Vera. «Cada paso es un verso del poema que nos hizo nación».
Para Norka Cato, coreógrafa y formadora de Danzas Creación, la danza es medicina social: «En los barrios, cuando los jóvenes ensayan un Seis por Derecho o una Burriquita, no hay violencia que resista. El cuerpo ocupado en crear no destruye». Su proyecto como fiel defensora de las «Burras y Burriquitas», ha convertido plazas y canchas de muchos sectores de Ribas en escenarios donde niños descubren que sus manos pueden moldear el aire como arcilla.
UN MUNICIPIO DONDE LA COMUNIDAD TIENE CADERA
Este municipio, conocido por su fervor patriota, también es cuna de un movimiento dancístico que mezcla lo tradicional con lo urbano. Cada año, el Encuentro Municipal de Danza inunda las calles con performances que van desde el tamunangue larense hasta fusiones con hip-hop.
«Aquí no hay contradicción entre lo ancestral y lo moderno», explicó Morillo. «Un muchacho que baila breakdance puede terminar aprendiendo de su abuela los pasos del Carite, nuestro baile de pescadores».

Ribas con el paso de los años se ha convertido en santuario para esta sinergia. Sus parroquias han sido testigos de talleres de danza yoga con tambores mineros, guardan fotos de montajes que han viajado hasta México, Colombia, Rusia y China, en el caso de la pintoresca Llora de Aragua.
«Nosotros tenemos de todo en nuestro terruño, tenemos la calle», ríe Morillo. «En Ribas, hasta el vendedor de empanadas sabe marcar el compás de un merengue caraqueño y como olvidar los pasos del Oso Melero y la zambainina de nuestra Llora, que bailan desde que están en el vientre de sus madres».
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LA DANZA SE REINVENTA
Pese al arraigo, las cultoras reconocen obstáculos. La diáspora ha mermado grupos folklóricos, y en ocasiones la falta de apoyo institucional obliga a la autogestión. «Hemos vendido de todo, hecho rifas y demás para financiar vestuarios e infinidades de cosas», confiesa Morillo. Sin embargo, ambas destacan el resurgir que se siente y casi se puede palpar: «La gente volvió a necesitar el abrazo colectivo que sólo da la danza».
Hoy, mientras el mundo conmemora esta fecha, en Ribas sus defensoras, entre risas y taconeos, respiran un mensaje claro: La danza sigue siendo el puente que nadie ha podido dinamitar. Como susurra Cato mientras recibe a sus bailarinas: «Aquí, hasta el dolor se baila, Y así, se transforma».
DANIEL MELLADO | elsiglo