Hoy se cumplen 215 años del día en que la colectividad caraqueña inició su camino de independencia, sentando las bases de la nación venezolana. Todo ocurrió en una plaza caraqueña, en medio de las tribulaciones propias de un cambio histórico, en una jornada de lucha entre un poder español moribundo y el surgimiento de una generación que lucharía para identidad propia.

La clave estuvo en la denominada «Revolución del 19 de abril de 1810», un movimiento con que se inicia en Caracas el proceso histórico de la Independencia de Venezuela, al ser destituidas las autoridades españolas y sustituidas por una Junta de Gobierno a la cabeza de la cual figuran los 2 alcaldes del Cabildo Municipal.

Los antecedentes
Los movimientos libertarios previos encontraron oportunidad en la crisis política y militar que sacudió a España a partir de abril-mayo de 1808, al producirse la invasión de los ejércitos franceses y el levantamiento en masa del pueblo español contra ellos. El rey Fernando VII fue hecho prisionero por Napoleón, quien colocó en el trono de Madrid a su hermano José Bonaparte, con el título de José I. En muchas provincias de España se formaron espontáneamente juntas de gobierno que rechazaron al nuevo Rey, al que llamaban «El Intruso», y juraron fidelidad a Fernando VII, «El Deseado», a la vez que organizaban la resistencia militar contra las fuerzas napoleónicas. Más tarde se formó una Junta Suprema, establecida en Sevilla, que gobernó todo el territorio español no dominado por los franceses (aunque las juntas provinciales no desaparecieron totalmente) y pretendió ejercer también el mando sobre las provincias americanas del imperio español en nombre de Fernando VII, pretensión que rechazaban las élites criollas de varias regiones del continente. Cuando se conoció en Hispanoamérica lo que había sucedido en España en 1808, en diversas ciudades se produjeron intentos para formar Juntas de Gobierno autónomas, en aquel mismo año o el siguiente, que en algunos casos (México, Caracas) fracasaron y en otros (Chuquisaca, Quito) tuvieron éxito pero fueron derrocadas algún tiempo después por fuerzas leales a España.
Un 19 de abril
El 19 de abril, a tempranas horas de la mañana, los miembros del Cabildo Municipal se reunieron en la sede del mismo, situada entonces en la esquina noroeste de la plaza mayor (actual plaza Bolívar) en el edificio conocido hoy como Casa Amarilla (Ministerio de Relaciones Exteriores). Hacia las 8, los regidores Valentín de Ribas y Rafael González fueron a invitar al gobernador y capitán general Emparan a reunirse con el cuerpo edificio, a lo cual accedió el funcionario español acompañado por su asesor José Vicente de Anca. Allí se encontraron ante un hecho consumado, como lo era la celebración de un Cabildo extraordinario que Emparan no había convocado, siendo el único legalmente autorizado para hacerlo. Fue este un primer paso revolucionario dado por los integrantes del Cabildo, que Emparan condonó al aceptar participar en la reunión, donde se le interpeló acerca de la crítica situación de España y se le instó a aceptar la formación de una Junta para «…atender a la Salud Pública de este Pueblo, que se halla en total orfandad…», como lo expresa el Acta del 19 de abril de 1810.
Sobre Emparan

Emparan argumentó que la situación militar no era tan crítica y que si la Junta Suprema había cesado, la Regencia la había sustituido; pero se le replicó que este último cuerpo no era legítimo, pues había sido elegido por los comerciantes gaditanos y no por el pueblo español o por las Juntas provinciales de España. En última instancia, decían los cabildantes revolucionarios, la provincia de Venezuela tenía tanto derecho a crear su propia Junta como las provincias españolas de Galicia, Murcia, Aragón, Sevilla o Cádiz. Todas reconocían por rey a Fernando vil (pues en ningún momento se habló contra el monarca prisionero), pero la Regencia no tenía derecho a ejercer soberanía sobre Venezuela en nombre de aquel. Al dar las 9, Emparan cortó el debate alegando que era hora de asistir a los oficios divinos de la catedral. Acompañado del Cabildo, Emparan cruzó la plaza en medio de una inquieta multitud allí congregada. Al llegar a las puertas del templo se oyeron voces de «¡a Cabildo, a Cabildo!». El joven Francisco Salias atajó enérgicamente a Emparan y tomándolo por el brazo le conminó a volver a las casas consistoriales. Al ver ese desacato a la primera autoridad civil y militar de la capitanía general los granaderos que formaban la guardia ante el templo aprestaron las armas, pero su jefe, el capitán Luis de Ponte, les ordenó quedarse firmes. Emparan debió comprender que ya no ejercía control efectivo sobre las Fuerzas Armadas, y accedió a regresar, ante la conminación de Salias y el consejo que también le dio el alférez real Palacios Blanco. Emparan, los cabildantes y la multitud se desplazaron nuevamente hacia la sede del Cabildo. Entre tanto, no lejos de allí, el coronel canario Manuel del Fierro, adicto a Emparan, había oído las voces tumultuarias y salió a la calle, pero una patrulla que vigilaba su casa lo interceptó y lo mantuvo en ella arrestado. En su marcha hacia el Cabildo Emparan tenía que pasar delante del cuerpo de guardia principal, donde el piquete que estaba de servicio, mandado por el teniente Francisco Roa, no le hizo al gobernador y capitán general los honores que le correspondían según la ordenanza. Entre tanto, se había ido congregando más y más gente en la plaza mayor.
Entre ellos, al lado de Salias, otros revolucionarios como José Félix Ribas, Juan Germán Roscio, José Rafael Villarreal, Francisco Javier Yanes, Tomás y Mariano Montilla, José Félix Blanco, y los agitadores populares Juan Trimiño y J.J. Mujica, a quien apodaban El Pueblo. Reunido de nuevo el Cabildo, se reanudó el debate, que duró varias horas. Poco a poco, llamados por Emparan bajo presión de los cabildantes, fueron conducidos allí otros funcionarios españoles, como el intendente Vicente Basadre, el brigadier de artillería Agustín García y los oidores y fiscales de la Real Audiencia. Como los miembros de la Audiencia se negaron al principio a acatar la orden de Emparan, por considerar que este se hallaba ya privado de su libertad de acción, la segunda vez la intimación se les hizo en presencia «…de un sargento mulato con sable desenvainado…», y fueron conducidos «…en medio de las bayonetas…». Lo mismo se hizo con Basadre, García y Fierro; aunque este último no participó en la sesión del Cabildo, fue conducido a las 2:30 pm desde su casa hasta la sede municipal, donde se le mantuvo bajo vigilancia. También fueron llamados a participar los prelados de los 3 principales conventos de hombres existentes en Caracas (agustinos, franciscanos, mercedarios), así como el padre Juan Antonio Rojas Queipo, rector del Seminario Arquidiocesano. En cambio, los representantes del Cabildo Eclesiástico y del Arzobispado, 2 de los cuales eran Manuel Vicente de Maya y Juan Nepomuceno Quintana, no fueron admitidos.

La sesión del cabildo
Al poco de haberse reiniciado la sesión del Cabildo a raíz del gesto de Salias, se habían incorporado a los debates algunos de los principales revolucionarios, quienes radicalizaron la discusión. Fueron los presbíteros José Cortés de Madariaga y Francisco José Ribas, que se decían diputados del clero, y los letrados Juan Germán Roscio y José Félix Sosa, diputados del pueblo, a quienes se unieron poco después los hacendados mantuanos José Félix Ribas, quien tomó el título de representante de los pardos, y Francisco Javier de Ustáriz. Como militares de confianza de los revolucionarios estuvieron presentes, aparte del síndico Lino de Clemente, que era oficial de Marina, el teniente coronel Nicolás de Castro y el capitán Juan Pablo Ayala, oficiales criollos, hijos y nietos de militares españoles. Para mantener la relación entre los revolucionarios reunidos en el Cabildo y el pueblo congregado en la plaza, jóvenes conjurados como José Félix Blanco, sacerdote recién ordenado, y Francisco Javier Yanes, pasante de abogado en el bufete de Roscio, iban y venían continuamente. Si al principio de la mañana el objetivo parecía haber sido la formación de una Junta presidida por Emparan, a medida que transcurría el tiempo las posiciones del gobernante español y las de los revolucionarios se hacían más incompatibles. Finalmente, el canónigo Cortés de Madariaga plantea con toda crudeza la cuestión de confianza. «Ataca violentamente el impetuoso chileno los procedimientos de Emparan [escribe Caracciolo Parra Pérez], atribuyéndole dolosas intenciones, increpa la debilidad de los cabildantes, arregla a su manera las noticias de España y concluye pidiendo la deposición pura y simple del capitán general». Con la esperanza de restablecer la situación, Emparan se asoma al balcón y dirigiéndose al pueblo le pregunta si está contento con él y quiere que siga en el mando. Hay un momento de indecisión, que es roto cuando un enérgico gesto negativo del canónigo, a quien secundan, también detrás de Emparan, los regidores Anzola y Palacios, hace que estalle un ¡No! rotundo. Entonces el Mandatario español exclama: «¡Pues yo tampoco quiero mando!» El movimiento revolucionario ha triunfado. Semanas después, en un informe dirigido desde el exilio a la Regencia, escribirá con amargura el depuesto funcionario que por el grito «de un pillo» los mantuanos lo habían despojado del mando, el cual pasó a manos del Cabildo, «que hizo cabeza de la rebelión».
Redactando el acta
El mismo 19 de abril fue redactada el acta en la cual estaba consignado el establecimiento de un nuevo Gobierno. En ella se precisaba que el gobernador y capitán general, el intendente de Ejército y Real Hacienda, el subinspector de artillería y el auditor de Guerra y asesor general, así como la Real Audiencia, quedaban privados del mando que ejercían, a la vez que se suprimían esas instituciones. El Cabildo de Caracas, con sus 2 alcaldes Llamozas y Tovar a la cabeza, asumió el poder, incorporando en su seno a los representantes del clero, del pueblo y de los pardos, ya mencionados, mientras que el mando militar pasaba por el momento a manos de Castro y Ayala. El Acta del 19 de abril de 1810 fue firmada por todos los asistentes al Cabildo extraordinario de ese día, tanto los depuestos (Emparan, Basadre, etc.) como los que desempeñaron un papel secundario (Rojas Queipo, etc.) y los que a partir de entonces asumieron el poder (Tovar, Roscio, Cortés de Madariaga, Castro, etc.) Los 2 únicos estamentos mencionados en el Acta son «el gremio de los pardos», que obtienen un representante específico en la Junta, y los militares en servicio, a quienes se les dobla el prest y el sueldo en esa fecha. El mismo día el Acta fue leída al son del tambor por los escribanos Fausto Viaña y José Tomás Santana en diversos parajes de Caracas, donde se oyeron, según certifican dichos escribanos, los gritos del pueblo: «Viva nuestro Rey Fernando VII, nuevo Gobierno, Muy Ilustre Ayuntamiento y Diputados del Pueblo que lo representan». La revolución se llevó a cabo sin derramamiento de sangre. Los funcionarios depuestos fueron conducidos luego a La Guaira y encerrados en las fortalezas o confinados a bordo de buques anclados en el puerto hasta que se les expulsó. Uno de ellos, el intendente Basadre, escribió más tarde en un informe que en los días siguientes, mientras él estaba preso, los revolucionarios compusieron e imprimieron «…canciones alegóricas de su Independencia…», en las cuales convidaban a toda Hispanoamérica a hacer causa común y a tomar «…a los caraqueños por modelo para dirigir revoluciones…». Al parecer, ya entonaban la canción que mucho más tarde fue declarada Himno Nacional de Venezuela: «Unida por lazos/que el cielo forjó/la América toda/existe en Nación/y si el Despotismo/levanta la voz/seguid el ejemplo/que Caracas dio».

El 20 de abril los 2 alcaldes-presidentes José de las Llamozas y Martín Tovar Ponte dirigieron una proclama a los habitantes «de las Provincias Unidas de Venezuela», es decir, de toda la antigua capitanía general (o departamento) de Venezuela. En ese documento después de informarles de lo ocurrido el día anterior en Caracas, de criticar el «…poder ilegal, fluctuante y agitado. ..», de la Regencia de Cádiz y de reafirmar la lealtad al «amado Fernando VII», sumido en «triste cautiverio», les incitaban a hacer causa común con los caraqueños y ofrecían llamarlos a «…tomar parte en el ejercicio de la Suprema Autoridad con proporción al mayor o menor número de individuos de cada provincia…»; era ya, sin mencionar el nombre, la idea de convocar el Congreso Constituyente de Venezuela.
La junta
El 24 de abril la Junta quedó estructurada y el 27, la Junta de Caracas dirigió un manifiesto a los Cabildos de las principales ciudades de la América española dándoles cuenta de lo hecho en Caracas e incitándolos a adoptar una actitud similar porque, decía el manifiesto, «una es nuestra causa». Ese mismo día, el editorial de la Gaceta de Caracas destacaba los valores de la «libertad civil» y el respeto a «la opinión pública» como guías de su nueva etapa. Aunque la Junta surgida del movimiento del 19 de abril de 1810 se tituló «Defensora de los Derechos de Fernando VII», los propósitos de sus miembros más destacados (así como los de jóvenes que no participaron en ella, como los Bolívar, los Montilla, los Salias y otros) eran encaminar a Venezuela hacia la plena Independencia.
Por esto, el poeta Andrés Bello, poco antes de salir hacia Londres con Simón Bolívar y Luis López Méndez en misión diplomática, había escrito a fines de abril o comienzos de mayo de 1810 la letra de una canción revolucionaria que decía así: «Caraqueños, otra época empieza…».
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