Piedras que chocan, árboles que caen, gritos desesperados y agua, mucha agua que fluye violenta. Cada uno de estos sonidos quedó clavado en el recuerdo de todas las personas que vivieron en carne propia la tragedia de El Castaño.
Y hoy se cumplen dos años de un deslave que no sólo se llevó casas y carros, arrastró vidas y aún provoca miedo en medio de los aguaceros.
Sin embargo, las historias en la actualidad son de resiliencia y fortaleza. El renacer de comunidades enteras luego de tanto dolor, ahora sobre los cimientos de la fe, valorando el milagro de la vida.
En la calle El Dique de El Castaño, Franklin Rodríguez recuerda con claridad de la conmoción de aquel lunes 17 de octubre. «Salí de mi casa y vi el agua que venía, empecé a gritar con todas mis fuerzas para alertar a los vecinos, para que se subieran a los techos de sus casas; gracias a Dios fue de día y no en la noche, tuvimos más posibilidades de salir y mucho se pudo hacer», relató.
Luego de esto, comenzaron las labores de rescate, donde se sumaron los Bomberos Forestales y Protección Civil y todo aquel que pudiera ayudar. «Yo tuve cuatro días y cuatro noches trabajando día y noche, salvaguardando las cosas de la gente. Aquí salvamos gente, perros, gatos, gallos, de todo», detalló.
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Declaraciones
Rodríguez comentó que hubo aproximadamente dos semanas de trabajo duro, porque la calle quedó muy tapiada. «Todo lo que venía de allá arriba vino a parar aquí, yo conté más de 15 carros que arrastró hasta aquí la vaguada, piedras inmensas, árboles de hasta dos metros de diámetro, algo impresionante», continuó diciendo.
«Las calles fueron despejadas, pero no hemos recibido mayores ayudas. Hay casas que todavía están tratando de recuperar y hay otras que resultaron en pérdida total, ya ni siquiera existen. Ya se han puesto los portones porque no había quedado ninguno», señaló Rodríguez.
Por otra parte, este sobreviviente de la tragedia aseguró que todo es «cuestión de prevención», por lo tanto, pide que los organismos competentes deben permanecer abocados a esto con constantes monitoreos y trabajos preventivos de los ríos y quebradas, sobre todo ahora luego de los incendios que se llevaron la capa vegetal de grandes extensiones del parque nacional Henri Pittier.
«Aquí, cada vez que llueve hay zozobra, es algo que difícilmente se pueda superar tan rápido. Ahora lo recordamos como una anécdota de supervivencia, pero los recuerdos son aterradores», acotó Rodríguez.
La fe nunca se acaba
Por su parte, Carmen Victoria Castillo, conserje de una urbanización privada en la calle El Dique de El Castaño, comentó que en las áreas verdes todavía permanecen algunas rocas, que han llenado de plantas ornamentales y que permanecen para el recuerdo, ya que en vista del gran tamaño de algunas de éstas, fue complicado sacarlas, así que pasaron a ser un elemento decorativo.
«Es un recordatorio de que estamos vivos, que pasamos por una experiencia terrible, pero que Dios tuvo misericordia de nosotros», expresó la mujer.
Esta urbanización quedó tapiada en 70% aproximadamente y fue la casita de la conserjería la que se llevó el mayor impacto, ya que el muro que encierra al urbanismo le cayó prácticamente encima, así como grandes rocas, y árboles, además del agua que corría.
Los gritos de su hija y dos nietos pequeños es lo que más recuerda la señora Carmen, además del terrible momento en el que vio como el agua se llevaba a su hija en el momento que hacían el rescate, pero por fortuna pudieron sacarla.
«Cuando todo pasó ella acababa de salir a recoger una ropa tendida y en cuestión de cinco minutos, apenas ella entró con la ropa, sentimos el golpe, está viva de milagro, después, tratando de salir vino otra corriente de agua, se les soltó a los rescatistas, después la lograron sacar, por suerte cuando eso ocurrió ya habían sacado a los niños», contó la conserje.
Más testimonios
La señora Carmen trató de permanecer serena ante todo lo que ocurría, sin embargo, el terror la paralizó en el momento del rescate y decidió permanecer en su casa. «Yo no quise salir y luego tuvieron que romper la pared para sacarme», precisó.
Los días posteriores fueron cuesta arriba, de mucho trabajo y miedo de que volviera a llover. «Aquí cayó de todo, hasta una persona fallecida, un señor que venía de trabajar, la esposa lo iba a esperar en un sitio y no dio chance, vino el deslave y se lo llevó», comentó.
A pesar de haber vivido estos momentos de tanta angustia, hoy, a dos años de lo ocurrido, el mensaje de la señora Carmen Castillo a todos los aragüeños es que «tengan fe». «Hay que darle gracias a Dios por la oportunidad, porque esto fue como para no contarlo y somos bendecidos por la gracia de Dios», finalizó.
CHIQUINQUIRÁ RIVERO | elsiglo
fotos | JOEL ZAPATA
MG