Ningún artista antes de Goya había trabajado sobre temáticas oscuras, de horror o puramente violentas como él hizo. Para muchos, esta parte de su producción encuentra justificación en su sordera, en que padeciera saturnismo, en su desilusión ante la Revolución Francesa o en que la contienda en nuestro país le afectara. Sin negar su importancia, estas motivaciones dejan de lado toda una serie de cuestiones, probablemente de mucha mayor relevancia para comprender el porqué de estas piezas de una fuerza inusitada en la historia del arte.
El placer ante lo irracional
El Siglo de las Luces proporcionó una nueva mirada sobre el mundo en la que impera la razón y la fascinación es el motor que empuja hacia delante. Esta fascinación tuvo un maravilloso reflejo en los valores estéticos: la aparición de lo sublime —entendido por Kant como «un sentimiento de displacer debido a la inadecuación de la imaginación en la estimación estética de magnitudes respecto a la estimación por la razón» (1790)—, que se gesta ante la percepción de objetos que amenazan con dañar o destruir al observador, cuando este se encuentra en una posición segura.
Esta seguridad puede ser otorgada por la razón, de tal forma que la persona ruda se aterroriza ante aquello sublime para la culta. Un reflejo de estas ideas tan complejas es la fascinación por la superstición, la brujería o el satanismo que surge en plena Ilustración entre personas cultivadas, como bien reflejan los duques de Osuna, quienes adornaron su palacio (en el actual parque de El Capricho) con lienzos de Goya tan maravillosos y perturbadores como «La cocina de los brujos», «El aquelarre» o «Vuelo de brujas».
La superstición
No podemos pensar que Goya realizó con ellas simplemente una crítica a la superstición, pues estas obras fueron colgadas en un palacio para ser disfrutadas, y poca duda puede caber sobre que Goya cobró por realizarlas. En este sentido, pueden resultar útiles para comprender estas piezas los razonamientos de Nikos Hadjinikolaou, quien en su Historia del arte y lucha de clases (1973) plantea el estudio de los productos artísticos no como una historia de los artistas, de las civilizaciones o las obras de arte, sino como una «ideología de imágenes».
Vistas de esta manera, las obras mencionadas, así como la serie de los Caprichos (realizados a la vez que las obras de los duques de Osuna), no serían una simple mirada crítica de Goya, sino que deben entenderse como algo más amplio: una ideología en imágenes de la Ilustración española de finales del siglo XVIII.
Estos hechos obligan a distanciarnos de los postulados que justifican estas obras por el carácter agriado de Goya por su sordera, acaecida a partir de 1793, pues son una muestra visual de un entramado cultural más amplio en el que se reflejaban individuos externos a él, como prueba la compra por parte de los duques de Osuna de los lienzos de El Capricho (1797-1798), o la publicación de los Caprichos en 1799 (pues existía un potencial cliente interesado en estos temas y pensamientos), así como su aparatosa retirada tan solo 14 días después de su impresión, al perder el poder Godoy y los ilustrados.
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La violencia fruitiva sin justificación moral
La colección del marqués de la Romana conserva ocho obras poco conocidas, pero que exponen como pocas una de las mayores revoluciones que este artista nos dio: son la primera visión moderna de la violencia.
Antonio Muñoz Molina (2008) dejó reflejada esta idea en los siguientes términos: «Goya es nuestro antecesor y nuestro contemporáneo no porque rompe las reglas del decoro en la pintura sino porque rehúsa no mirar, abriendo así territorios vírgenes a la representación visual, estableciendo una actitud que es también un método de observación insobornable, paralelo al de la ciencia, en el que las convenciones y las certezas del pasado no valen de nada frente a los datos frescos de la experimentación […]. Se trata de uno de los rasgos cardinales del horror moderno: los monstruos no pertenecen al reino de la fantasía. Lo peor de lo increíble es que ha sucedido, que está sucediendo delante de nuestros mismos ojos, y eso obliga a una transmutación de todos los códigos del relato y de la representación estética».
Volviendo a la colección del marqués de la Romana, el conjunto de piezas presenta dimensiones similares, ejecución, técnica y coloración parecida, así como temáticas poco halagüeñas que podemos dividir en cinco grupos: El crimen del Castillo (dos piezas), Cueva de gitanos (esquiladores y prostitutas en una cueva), Asalto de los bandidos (tres piezas), Hospital de apestados y el Fusilamiento en un campamento militar.
elsiglo con información de (MuyInteresante)
MG