Mitos sobre los emperadores de Roma que siguen vigentes

De Tiberio se rumorearon un montón de perversiones en su villa de Capri; de Calígula, que era un monstruo; de Claudio, cierta discapacidad; de Cómodo, una actitud muy agresiva; de Heliogábalo, despotismo oriental… Rumores, sospechas, difamaciones, a veces verdades, de un Senado apartado del poder, pero con la propaganda y la escritura en sus manos. Cada emperador tuvo que lidiar con su propia leyenda negra, de modo que hoy es difícil separar la realidad de la mentira.

1.º Julio César no fue el primer emperador

Es una de esas preguntas del trivial que más falla la gente que no está familiarizada con la Antigüedad. Julio César no fue el primer emperador de Roma. El político romano tuvo una carrera pública bastante convencional. Tras la muerte del dictador Sila, que recelaba de Julio César por sus lazos familiares con Cayo Mario, el joven patricio ejerció por un tiempo la abogacía y fue pasando por distintos cargos políticos.

2.º El primer hombre de la República

El sobrino nieto de Julio César, Octavio, de 18 años, asumió el papel de hijo adoptivo del dictador y cambió su nombre por el de Cayo Julio César Octaviano tras la muerte de su tío. Al principio, combatió junto al Senado y varios de los conspiradores contra Marco Antonio, que no tardó en atraer a su bando a las legiones que todavía eran fieles a la memoria de Julio César. No en vano, Cayo Julio César Octaviano terminó uniéndose a Antonio y a Lépido, otro de los fieles de Julio César, para formar el segundo Triunvirato y dar caza a los asesinos de los Idus de Marzo. En el plazo de tres años, prácticamente todos los conspiradores fueron ajusticiados sin que observaran ni la más leve sombra de la famosa clemencia del tirano al que tanto se habían afanado en eliminar.

3.º Tiberio y su tardía mala prensa

En ‘Las Vidas de los doce césares’, el historiador Suetonio presenta un retrato perturbador del Emperador Tiberio –sucesor de César Augusto–, al que se le achaca toda clase de monstruosidades en su villa. Unos excesos, probablemente inventados, derivados de su fama de implicable a la hora de eliminar a sus rivales. Como explica David Potter en su libro ‘Los Emperadores de Roma’ (Pasado y Presente), «para silenciar a sus numerosos enemigos, reales e imaginarios, el Emperador invocó con demasiada frecuencia la lex maiestatis, es decir, la ley que regulaba el control de las acciones susceptibles de “menguar la soberanía del pueblo”». El equivalente al delito de alta traición, que además permitía al Estado recibir parte del patrimonio del reo, una vez ejecutado.

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