El de las telecomunicaciones es un sector donde apenas hay estrellas mediáticas. Los usuarios pagamos nuestras tarifas de voz y datos sin mucha más historia, sin conocer a menudo los rostros detrás de esas empresas.
Para bien o para mal, es un sector que se ha comoditizado: a su producto cada vez le cuesta más ofrecer menos diferenciación y valor añadido. Y por sí mismo, como con el agua o la electricidad, no lo logra.
La mayoría de veces es irrelevante con qué operadora nos conectemos a Internet, lo importante es qué servicios usamos mientras tanto.
Por eso las operadoras han ido incorporando servicios extra a su catálogo, para tratar de seguir aportando algo de valor añadido y distinguirse de su competencia. Televisión, energía para el hogar, alarmas antirrobos, asesoría legal en tarifa plan.
En esa vorágine por añadir más, una operadora triunfó desnudándose, quedándose con lo básico: Pep
ephone. Nacida en 2007, empezó a hacerse especialmente popular a partir de 2010 precisamente por todo lo que no tenía.
No llamaba a sus clientes para ofrecerles nada, tampoco hacía contraofertas a los que decidían irse. Menos subvencionaba terminales cuando todos los demás lo hacían. Y finalmente no ofrecía “planes amigo” para captar nuevos.
No rebajaba precios únicamente a los recién llegados, sino a todos. Dejaba de aplicar permanencias. No hacía autobombo proclamando sus valores en Twitter. No hacía sorteos para ganar seguidores.
Se limitaba a ser un operador sencillo y discreto, que asumía la comoditización de su sector y solo ofrecía como valor añadido un respeto por el cliente a un nivel inédito.
El director de orquesta (que no fundador) era Pedro Serrahima, alguien que merecía que se escribiera un libro sobre él. Ese libro ya está escrito, y hoy se pone a la venta: ‘La píldora Serrahima’, de Miguel Ángel Uriondo.