Baja submarina: un mundo repleto de vida silvestre, aventura y escenarios prodigio en Baja California sur

Una gira subacuática por las costas de Baja California Sur abre las puertas a un mundo repleto de vida silvestre, aventura y escenarios prodigio.

Desde el aire, los azules intensos del mar se arremolinan en tonalidades turquesa mientras nos aproximamos a la costa, listos para aterrizar. Bajo las nubes se distinguen islas entre las cuales navegan barcos pesqueros, yates y una que otra embarcación mayor que deja a su paso estelas en la superficie. El amanecer irradia su luz sobre el corazón de Baja California Sur al tocar tierra mientras el capitán anuncia nuestra llegada: “Bienvenidos a Loreto”.

El cielo está despejado y el golpe de calor nos recibe al descender del avión, una señal grata que facilitará lo que venimos a hacer: sumergirnos en las aguas que rodean ambas costas del estado para atestiguar algunos de los sitios con mayor biodiversidad marina de México. Así que, sin tiempo que perder, partimos hacia el centro de este Pueblo Mágico para reunirnos con Rafa Murillo, dive master de la empresa de buceo Dolphin Dive Baja con más de 15 años de experiencia en la región y que, además del servicio de buceo, ofrece transporte terrestre a más de 50 puntos en la entidad para realizar inmersiones.

Luego de probarnos el traje de neopreno, elegir los plomos que se usarán como lastre y revisar el funcionamiento del equipo, es hora de deleitarse con la gastronomía local y manjares como almejas chocolatas a las brasas, tacos de pescado o una cazuela de mariscos para aguantar el largo viaje que aún queda por delante, pues el primer destino en esta ruta para la aventura subacuática se localiza a siete horas en auto, en el municipio de Mulegé, en la costa norte del Pacífico sudcaliforniano.

Con el estómago lleno, iniciamos el trayecto sobre la interminable línea recta que traza la carretera hasta perderse en el horizonte, la única que conecta el norte y el sur de la península. El contorno accidentado de la Sierra de la Giganta nos acompaña bajo un sol fulminante que dibuja con claridad la sombra de los buitres al pasar sobre los colosales cardones que dominan cada rincón de este paisaje árido. A veces sorprendidos por alguna liebre, zorro o serpiente que cruza el camino con rapidez, caracaras o cuervos que protegen sus nidos en lo alto de los postes de luz o la repentina aparición de un tigrillo junto a la vía, el recorrido es una estupenda manera de admirar la naturaleza única del desierto.

Conforme pasan bahías, playas y más y más cactus, hacemos una que otra parada para apreciar las panorámicas y, ¿por qué no?, espinarme una pierna para anunciar mi presencia entre los matorrales inmisericordes (cuidado al caminar por el monte). Con la pantorrilla inflamada, como si me hubiera atacado un puercoespín, la ruta regala un crepúsculo maravilloso hasta que la oscuridad total nos cubre y las estrellas comienzan a amontonarse sobre nosotros, un espectáculo que fulgura como en pocos sitios del orbe.

Así, tras más de 10 horas de viaje entre aire y tierra desde Ciudad de México, llegamos a Bahía Asunción, en medio de la Reserva de la Biosfera El Vizcaíno, un pequeño pueblo pesquero en la punta noroeste del estado. ¿Por qué venir hasta acá? Las profundidades del Pacífico responderán esa pregunta el día de mañana; mientras tanto, a quitarse los restos de espinas de la pierna y descansar.

Oceano Pacífico

Los amaneceres en la playa, a ras del horizonte, siempre son impresionantes, pero la ubicación de Bahía Asunción –en el cuerpo de agua que le da su nombre– hace que la localidad, a pesar de encontrarse sobre la costa del Pacífico, mire hacia el oriente para recibir tanto amaneceres como atardeceres sobre el océano. Con esta postal y un desayuno ligero, finalmente nos preparamos para la inmersión inicial.

Como principal fuente de sustento, este pueblo pesquero se especializa en el comercio de almeja, caracol, langosta y abulón, un molusco cuya carne es preciada y bien valuada en los mercados de Asia, y que estuvo al borde de la extinción durante la década de los ochenta del siglo XX. Por ello, en la pequeña embarcación rumbo a alta mar nos acompañan pescadores artesanales dispuestos a mostrarnos cómo recolectan abulones de manera sostenible.

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