Íntima colección del empresario Cligman entra en una Real Abadía del Loira

Cuando los museos reabran sus puertas al público en Francia este miércoles habrá un nuevo centro de arte nacional: la Real Abadía de Fontevraud, lugar de peregrinaje para ingleses y creyentes, acogerá ahora las más de 900 obras de la colección de Martine y Léon Cligman.

Abadía

Léon Cligman, conocido inversor de la industria textil, por cuyas manos han pasado Lacoste, Saint Laurent, Christian Lacroix y Gucci, entre otras marcas, y su mujer, la pintora Martine Martine, han conformado durante 60 años un millar de obras de un marcado carácter intimista que hasta ahora decoraba el salón de su casa.

Desde Camille Corot, pasando por Toulouse-Lautrec, Robert Delaunay y Juan Gris, la colección del dúo de millonarios, donada en su casi totalidad al Estado francés y a la región del Loira, transmite una sensación de intimidad que, para la directora del centro, Dominique Gagneaux, es el hilo conductor del museo.

“Empezaron su colección por pinturas de una modernidad clásica, del arte moderno, y pinturas figurativas de las que se desprende una sensibilidad y un sentido muy fuerte del humanismo”, dice a EFE Gagneaux, exdirectora del Museo de Arte Moderno de París.

APUESTA HUMANISTA Y PERSONAL

Ahora establecida en este pintoresco pueblo a orillas del Loira, de apenas 1.500 habitantes, Gagneaux alaba el desafío de crear una colección privada que no se ha basado en el cuadro más caro sino en la mirada y el gusto de los autores por un retrato, una mirada, un sentimiento.

“Este ambiente es el hilo conductor. Uno de los desafíos de la colección era que los pintores que tenemos no son ‘mainstream’. Por eso quisimos mostrar que se puede hacer una colección siendo diferente, separando el dinero del arte”, añade.

Aun así, el conjunto presenta dibujos intimistas de Edgar Degas, un singular Toulouse-Lautrec en el que el artista pintó una flatulencia o una amplia colección de figuras de una de las máximas representantes de la escultura moderna, Germaine Richier.

A la historia de algunas piezas se suma la de sus trayectorias, como una llamativa máscara funeraria egipcia del siglo I o II, que fue propiedad de Jean Cocteau, o cuadros que estuvieron en manos de Christian Dior y André Malraux, entre otros.

Las obras han sido instaladas en una ala especialmente renovada para la ocasión, con una arquitectura de líneas depuradas que contrasta con el clasicismo del edificio, que se extiende en 13 hectáreas y acoge cada año más de 180.000 visitantes, sobre todo franceses e ingleses.

Para los ingleses es un sitio de peregrinaje, pues la iglesia guarda las tumbas de Leonor de Aquitania; reina consorte de Francia (1137-1152) y luego reina consorte de Inglaterra (1154-1189); Enrique II y Ricardo Corazón de León.

Los cuerpos, sin embargo, fueron saqueados durante la Revolución francesa, como la mayoría de efigies de la realeza.

En su creación, a principios del siglo XII; la Real Abadía tenía la particularidad de ser dirigida por mujeres y en ella se formaban miembros de la realeza. Perdió su brillo después de la Revolución, cuando Napoleón mandó convertirla en una prisión para hombres, mujeres y niños.

DE ABADÍA A PRISIÓN

Fue una cárcel hasta 1963, cuando pasó a manos del Ministerio de Cultura, que una década más tarde la transformó en centro cultural; pero hasta bien entrado el siglo XX seguía siendo un presidiario extremadamente duro; en el que incluso fueron fusilados miembros de la Resistencia en la Francia de Vichy.

Un recuerdo oscuro que a fin de cuentas no fue tan malo para la Abadía.

“Si no hubiera sido una prisión durante 150 años probablemente habría quedado reducida a piedras como otros lugares de la zona. Sin saberlo, Napoleón logró salvar así varios edificios”, opina el director de la Real Abadía; Martin Morillon, que recuerda que el Monte de Saint-Michel fue también convertido en centro penitenciario.

Protegido por la Unesco desde el año 2000; el lugar sirve hoy como residencia de artistas y centro cultural, y en su interior hay un hotel y un restaurante de diseño; dirigido por el chef Thibaut Ruggeri y reconocido con una estrella Michelin.

Con la apertura del museo; Fontevraud espera reforzar su posición en el mapa turístico del Loira; tras notar en los últimos años un crecimiento de las visitas del 30 % gracias al turismo ciclista.

Los aparcamientos de bicicletas y las fuentes se multiplican en la entrada de la Abadía, donde antes había carros y caballos. Es el único recuerdo en este pintoresco lugar que recuerda al visitante que estamos en el siglo XXI.

EFE