Descubre cómo freír huevos sin dañar la yema en el intento

Al huevo frito se le acusa de ser simple, fácil y casi comida de pobres, pero lo cierto es que, si es de calidad y está bien preparado, resulta todo un manjar exquisito en su sencillez, asegura el portal español Directo al Paladar.

A pesar de lo dicho, no es tan fácil freír huevos a la perfección, con su clara suave, la crujiente puntilla y una yema intacta, brillante, con el interior líquido, esperando para ser abierta y abrazar con su melosidad todo el plato.

Cierto es que no a todo el mundo le gustan los huevos de la misma manera, y la yema tan poco hecha genera rechazo en algunos paladares, pero un buen huevo frito debe ser, ante todo, jugoso y suave, sin ser grasiento.

Si además nos gusta la puntilla, entra en juego otro factor que complica la elaboración, aunque no es nada que no arregle la práctica, sumándole un poco de teoría previa.

Huevos fritos, un manjar no tan calórico

El huevo frito también tiene fama de poco saludable, cuando en realidad no resulta tan calórico respecto a otras elaboraciones del mismo. Según datos de la Base de Datos Española de Composición de Alimentos (BEDCA), un huevo de gallina estándar, cocido o duro, tiene unas 145 kcal por cada 100 g de porción comestible (un huevo talla L pesa unos 63-73 g con cáscara), y unos 10,2 g de grasas totales. Si es frito, presenta unas 185 kcal por cada 100 g, con 14,5 g de grasas.

El problema suele estar, más bien, en las malas frituras y, particularmente, en los acompañamientos. Un huevo frito sin más, en su punto, escurrido y frito con aceite de oliva, es nutritivo y saludable; la cosa cambia si lo dejamos grasiento y lo combinamos con papas fritas, tocineta, jamón o chorizo, y mucho pan. Ya ni hablamos de las hamburguesas con huevo frito o los bocadillos chorreantes con tocineta.

Cómo freír un huevo perfecto, paso a paso

En primer lugar, tenemos que preparar las herramientas: plato o cucharón de sopa, sartén (mejor si es antiadherente), espumadera y plato, con papel de cocina opcional.

 

En cuanto a los ingredientes, tantos huevos como queramos freír, aceite de oliva -o girasol, que se puede calentar más y no deja sabor- y, también opcionalmente como aderezo, sal y pimienta.

Hay que calentar un buen fondo de aceite en la sartén, dejando un grosor de algo menos de un dedo, y procurar que coja buena temperatura pero sin superar el punto de humeo. Siempre podemos guiarnos con un termómetro de cocina para ser más precisos.

Mientras se calienta, podemos abrir el huevo o huevos con cuidado, depositándolos en el plato o cucharón.

Una vez el aceite esté caliente, solo tenemos que verter el huevo crudo lo más cerca posible de la superficie de la sartén; de este modo no se romperá ni salpicará. Para controlar que el aceite no salte, un truco que suele funcionar es añadir primero una miga de pan, que además nos dará una pista de cuándo el aceite ha alcanzado la temperatura adecuada.

No pondremos sal todavía, pues solo lograríamos secar la yema antes de tiempo.

Para que se cocine la clara con puntilla y la yema permanezca líquida o melosa, necesitamos lardear el huevo, es decir, bañar con el aceite la clara usando una espumadera. Es un movimiento que hay que aplicar rápidamente, con cuidado de no llegar a bañar la yema, una vez que el borde del huevo ya ha empezado a coger más color. De este modo, estaremos cocinando suavemente la parte superior de la clara, rodeando la yema para no cuajarla.

 

Como el aceite estará muy caliente, la puntilla se empezará a formar rápidamente en el borde del huevo. Una vez esté al punto deseado, solo hay que sumergir la espumadera en el aceite, deslizarla por debajo del huevo y retirarlo con cuidado, dejando que escurra el exceso de grasa. Podemos dejarlo reposar ligeramente sobre papel de cocina, o servirlo directamente.

Con qué acompañar los huevos fritos

Además de la clásica pareja de sal y pimienta, podemos ir más allá con los aderezos que realzarán el sabor de nuestros huevos fritos, inspirándonos con los sabores que mejor maridan según la ciencia del food pairing.

La ralladura fina de limón o lima les dará un toque fresco y ligero, mientras que la sal negra kala namak multiplicará el sabor hasta niveles insospechados, gracias a que ella misma ya recuerda al huevo frito con su toque de azufre.

 

Si preferimos apostar por el umami para desarrollar nuevos matices de sabor intenso, pero sutil, podemos coronarlos con queso parmesano o Grana Padano (vigilando entonces la sal añadida, o nos quedarán muy salados), trufa negra, salsa de soja, miso o huevas de pescado.

Unas gotas de sirope de arce o melaza también crean un contraste muy interesante de matices.

Los huevos fritos se pueden disfrutar solos o acompañando infinidad de platos y productos, como complemento o formando platos combinados.

Los anglosajones suelen tomarlos para desayunar con beicon, papas, granos, wafles o tortitas, y son muy populares los rancheros en la cocina mexicana servidos sobre una tortilla de maíz o trigo, con salsa de hortalizas y otros complementos opcionales.

En Alemania y muchos otros países gustan más sobre las tostadas con todo tipo de bases y aderezos.

En España triunfan los huevos rotos con jamón y papas, también gustan mucho como relleno de bocadillos y sándwiches, a menudo acompañados de algo de embutido, queso, lomo de cochino o, en versión más ligera ensalada y fiambre magro. Suelen acompañar al arroz a la cubana, al pisto o a las migas, puede enriquecer cualquier base de verduras, arroz, pasta o salsa. Un buen ejemplo es el bibimbap coreano, que admite prácticamente de todo.

Elsiglo