El pueblo de 500 habitantes que llegó a tener 71 grados bajo cero

Una condición climática inhóspita para el pueblo de Okymyakon, en el que no son muchos los valientes que se animan a vivir allí. El pueblo más frío del mundo se ubica en el este de Siberia, en el pequeño municipio de la República de Sajá.

¿Quién se atrevería a vivir en un lugar en el que la temperatura máxima alcanza los 22 grados bajo cero y la mínima 58 grados bajo cero? Apenas 500 valientes en el mundo son los que día a día toleran (o quizás ya se encuentran muy acostumbrados) estas condiciones climáticas.

Oymyakon, el pueblo más frío del mundo, se ubica en el este de Siberia, en el pequeño municipio de la República de Sajá, tiene el récord de la temperatura más baja jamás registrada en una zona habitada. Fue el 26 de enero de 1926, cuando el termómetro marcó 71,2 grados bajo cero.

Su nombre en idioma yakuto significa “agua líquida” o “agua que no se congela”, debido a las aguas termales que emanan a sus alrededores. El invierno dura nueve meses y como ejemplo de lo extremadamente difícil que es vivir en este solo basta decir que los peces se congelan en tan solo 30 segundos después de haber sido sacados del río. Y al llegar a sus casas los pobladores los guardan en los sótanos, al igual que la leche, ya que en Oymyakon no hay neveras, ni agua corrientes porque si hubiera cañerías, se congelarían y estallarían.

Quienes se animen a visitar a Oymyakon solo pueden ir en invierno, estación en la que los lagos y los ríos están congelados. Para acceder, los turistas deben tomar la autopista de Kolyma, conocida como “la carretera de los huesos”, denominada así a causa de los miles de presos que fallecieron construyéndola en condiciones infrahumanas.

¿De qué manera influye el frío en la vida cotidiana?

El frío influye de manera constante en la vida cotidiana de las 500 personas que habitan Oymyakon. Los autos, por ejemplo, dejan de funcionar si no se utilizan con frecuencia pues sus baterías suelen arruinarse por el frío. Entre otras cosas, este clima les impide cultivar frutas y verduras por la que la alimentación principal se basa en carne, a veces cruda o congelada.

Como no podía ser de otra manera el vodka ayuda a los rusos, pero especialmente a los habitantes de este pueblo, a sentir calor, al menos unos minutos al día.

El fotógrafo neozelandés Amos Chapple se animó en 2013 a visitar este pueblo, tentado por la curiosidad de observar con sus propios ojos, y con la lente de su cámara, cómo viven sus habitantes.

“No pasan más tiempo de lo necesario afuera, son muy cautelosos. Y las pocas personas que uno puede encontrarse no tienen muchas ganas de conversar, conducta totalmente compresible en un lugar en el que estar a 65 grados bajo cero es algo habitual en enero. Es muy difícil retratar la vida allí”, expresó Chapple al diario La Vanguardia en 2017.

ElSiglo