Gagarin: el campesino que “abrió la ventana” al cosmos

“Era hijo de campesinos y su alma noble surgió de la tierra”, comenta Tamara Filátova, sobrina de Yuri Gagarin (1934-1968), el hombre que abrió la ventana al cosmos hace 60 años tras recorrer un camino de sacrificios.

“Pasó del arado a las máquinas, se graduó de chapista y fundidor, después estudió en la academia aérea. Su camino al cosmos fue muy difícil”, señala esta sonriente señora de 74 años en la aldea en la que nació Gagarin.

Filátova es asesora del Museo de Gagarin, que tiene sedes en Klúshino y en Gagarin, anteriormente conocida como Gzhatsk.

La infancia de Gagarin transcurrió en este remoto pueblo de la región de Smolensk -unos 200 kilómetros al oeste de Moscú- y quedó marcada por los horrores de la ocupación nazi que “le forjaron el carácter”, relata su sobrina y ahijada.

Cuando los alemanes tomaron Klúshino en 1941, expulsaron de su casa a la familia, que se vio abocada a una existencia de miseria y sobresaltos en una “zemlianka” (refugio subterráneo) cavada detrás del hogar expropiado.

La casa y el refugio, reconstruidos después de la muerte de Gagarin en 1968, atesoran hoy en día objetos personales y fotografías familiares.

Frente a la casa de madera, Filátova cuenta que, tras sobrevivir milagrosamente la guerra, la familia se mudó a la ciudad de Ghzatsk, unos veinte kilómetros al sur, en la que transcurrieron la adolescencia y los años escolares de Gagarin.

Meses después de la muerte del cosmonauta, Gzhatsk fue renombrada Gagarin en su honor.

LA VENTANA AL COSMOS

Aunque la ciudad de Gagarin, considerada junto a Klúshino la patria chica del cosmonauta, cuenta en la actualidad con más de 30.000 habitantes, en 1961 -cuando todavía era Gzhatsk- apenas era habitada por 9.000 personas.

Fue fundada hace más de tres siglos por el emperador ruso Pedro el Grande, quien erigió a su vez San Petersburgo para “abrir una ventana a Europa”.

“Y, siguiendo esa tradición, Gagarin abrió la ventana al cosmos” aquel 12 de abril de 1961 cuando se convirtió en el primer hombre en volar al espacio, bromea Filátova.

Filátova, que nació cuando Gagarin tenía 13 años, se enteró de la noticia del vuelo de su pariente cuando ella tenía 14.

“Para mí, incluso ahora, el cosmos es un espacio hostil, inhabitable, peligroso. Y en aquella época, era una especie de horrible agujero negro al que a mi amado padrino se le ocurrió volar. Me dio tanto miedo que me dejé caer en el pupitre y rompí a llorar”, recuerda.

Fue una jornada intensa, comenta. Cuando logró tranquilizarse se sumó a los miles de habitantes de Gzhatsk en la celebración del primer vuelo al espacio.

“Daba la impresión de que nadie estudiaba ni trabajaba”, dice en referencia a aquel día, particularmente soleado y primaveral, testigo del júbilo popular.

SORPRESA FAMILIAR

La reacción de la familia, que ni sospechaba de sus preparativos como cosmonauta y mucho menos del vuelo, poco tuvo que ver con la euforia colectiva.

Su madre, Anna, solo atinó a salir corriendo a Moscú, donde vivía Valentina, la esposa de Gagarin, con sus dos hijas pequeñas para ayudarla mientras su hijo andaba haciendo “quién sabe qué diablos en el espacio”.

Su padre, Alexéi, pensó que era una broma y “solo se lo creyó cuando las autoridades locales enviaron un auto a recogerlo” a Klúshino, donde trabajaba.

Aunque ahora ya no queda casi nadie de los que le conocieron en vida, los residentes de Gagarin y Klúshino se sienten orgullosos de ser compatriotas del primer cosmonauta soviético, afirma Filátova.

En Gagarin la calle principal lleva el nombre de Yuri en su honor, aunque por lo demás no se distingue en nada de cualquier otra de la “Rusia profunda”: aceras estrechas y pequeñas casas.

En la plaza central de la ciudad se alza una estatua de Gagarin. Así lo ven en su región natal: de pie y sonriente.

“Tenía una sonrisa muy bonita. La sonrisa, al igual que los ojos, es el espejo del alma. Era por naturaleza propia una persona encantadora, muy vital, y amaba mucho a la gente”, añade su ahijada.

En la estatua no lleva escafandra como en otros monumentos, sino que viste de civil, solo con una chaqueta sobre el hombro. A sus espaldas se alza la parca arquitectura soviética del hotel Vostok, el nombre de la nave con la que Gagarin dio una vuelta a la Tierra.

VITAL HASTA EL FIN

El cosmonauta era muy exigente, “primero consigo mismo y luego con los demás”, y “jamás prometió a nadie algo que no pudiera cumplir”, señala su sobrina.

La vitalidad que le caracterizaba y que no amargó ni la guerra, le acompañó hasta el final, según su sobrina, que también recordó su muerte, una tragedia envuelta hasta hoy en una bruma de secretismo.

“No quiero hablar de las circunstancias de esto, porque estoy firmemente convencida que todavía no ha sido debidamente investigado”, afirmó, en referencia al accidente aéreo que segó la vida del cosmonauta en 1968, cuando el MiG-15UTI que pilotaba se estrelló en la región rusa de Vladímir, cerca de Moscú.

Filátova todavía no comprende cómo la familia logró sobreponerse al dolor, porque era “imposible imaginarlo muerto”.

EFE