El barón Thyssen, un siglo de pasión por el arte

Aristócrata y sagaz empresario, Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza creó una de las colecciones de arte más importantes del mundo. La semana que viene hubiera cumplido 100 años y hoy, sus cuadros, que ahora pertenecen a España, sirven para descifrar a un hombre cuya mayor pasión fue el arte.

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“Tenemos una imagen del barón un poco distante, una persona aristocrática, pero en realidad era una persona bastante cercana, incluso tímida. Era pasional, intuitivo y nada dogmático”, recuerda Juan Ángel López-Manzanares, conservador del Museo Thyssen de Madrid y comisario del centenario del barón.

Esta semana el museo se engalana para el acontecimiento, que se celebra el martes 13 de abril.

Conciertos de música clásica, conferencias y puertas abiertas conmemoran el aniversario en un año deslucido por la pandemia y que coincide con la ampliación de las negociaciones por el préstamo de la colección de su viuda, Carmen Thyssen.

La colección que Heinrich Thyssen vendió a España en los años noventa del siglo pasado estaba formada por unas 800 obras y es todo un recorrido por la historia del arte. Rembrandt, Caravaggio, Durero o Carpaccio se codean en sus pasillos con Van Gogh, Degas, Picasso, Hopper o Freud.

Todas ellas, además de conformar una de las colecciones más importantes del mundo, sirven para descifrar la personalidad del barón, explica López-Manzanares: él mismo elegía las obras, no se dejaba aconsejar; y era muy audaz.

“La gran pasión de su vida fue la pintura. En sus memorias dice que le ayudó a sobreponerse de reveses tanto sentimentales como de sus empresas”, asegura el experto.

La colección del Heinrich Thyssen-Bornemisza (Países Bajos, 1921-España, 2002), al que sus allegados llamaban “Heini”, es también la de su padre y la de su abuelo.

En 1947 heredó una gran parte de la colección familiar y, al principio, siguiendo los pasos de su padre, la aumentó con grandes maestros antiguos: “Para su padre después de Goya, no había nada de valor”.

En los sesenta da “un paso adelante” y comienza a imprimir su personalidad comprando obra de autores contemporáneos. Las primeras fueron de expresionistas alemanes, una generación perseguida por el nazismo a los que se sintió atraído políticamente, “incluso antes de apreciarlos estéticamente”, según solía decir.

El barón recibió con 23 años un emporio familiar diezmado por la Segunda Guerra Mundial, y se dedicó durante casi una década a levantarlo con bastante éxito.

En sus memorias, reconoce que de joven no le interesaba el arte, pero en 1939 llegó a Villa Favorita, en Suiza, huyendo de la Segunda Guerra Mundial y allí encontró calma y refugio en la contemplación de las pinturas de la colección paterna.

“El barón fue creciendo como persona a través de su contacto con el arte, es como si su relación con la pintura le fuese modelando”, señala López-Manzanares.

Llegó a tener muy buen ojo, las dos vistas de Venecia de Canaletto que se exponen en el museo, las compró sin que todavía estuvieran atribuidas al pintor, pero él sabía que eran buenas.

Cuando las empresas marcharon bien y ya no requerían tanto tiempo, en los setenta, se dedicó en exclusiva a su colección. Hubo años en que compró “de manera frenética”, hasta cien obras.

En ocasiones podía seguir durante años una pieza o comprar una obra de un artista y si encontraba otra mejor, la vendía para conseguir la nueva.

“La Virgen del Árbol Seco”, por ejemplo, era de su tía Amelie, que le prometió el cuadro, pero se lo vendió a Konrad Adenauer. Él siguió la pista de la obra, y muchos años después, cuando el canciller alemán se había deshecho de él, se hizo con la obra.

“La pintura era lo que ponía en perspectiva el resto de facetas de su vida, lo que le daba el verdadero valor dentro de su vida, era lo que le emocionaba y le entusiasmaba”, explica a Efe el experto.

En los ochenta, la colección había adquirido peso y relevancia internacional, y el barón comienza a preocuparse por su destino, no quiere que se disgregue entre sus herederos -tiene cinco hijos-, así que busca un lugar en el que ubicarla y que permanezca unida tras su muerte.

Le cortejan países e instituciones de todo el mundo, desde la Fundación Guetty en Estados Unidos, Inglaterra o Alemania, pero finalmente el acuerdo llega con España.

“Es difícil que la colección hubiera venido a España si no hubiera sido por Carmen Cervera” (española y su última esposa), explica el conservador. Uno de los aspectos fundamentales que inclinó la balanza fue también que el Gobierno español ofreciera el Palacio de Villahermosa, frente al Museo del Prado.

En el museo ahora se exponen la colección del barón, propiedad del Estado, y la de su viuda, la colección Carmen Thyssen, como préstamo, dos colecciones que “se complementan perfectamente”, asegura el comisario.

En 2017, el museo alcanzó un acuerdo con la fundación de arte contemporáneo de Francesca Thyssen-Bornemisza, una de las hijas del barón.

EFE