Margarita es una superviviente, pobre e indocumentada que vive desde hace 14 años en Nueva York. La pandemia hizo tambalear su vida y la de su hija, justo en el momento en el que creía que empezaba a superar las secuelas que la violencia machista había marcado a fuego en lo más profundo de su ser.
«Estoy mejor sin él, al principio me fue muy difícil porque él tenía el control de mi vida, de mi pensamiento, de mí. Era tanta su fuerza o su poder que tenía sobre mí, que me dejó marcada y yo llegué a creer que lo que él me decía era verdad, que yo sin él no avanzaría», dice a Efe Margarita, cuyo nombre es ficticio, en una conversación telefónica plagada de silencios y sollozos.
De origen mexicano, vive en el barrio de Queens gracias a la pensión de incapacidad que recibe desde que sufrió un accidente laboral que le ha dejado graves secuelas, la tarjeta de racionamiento (cupones de comida) de su hija, que sí tiene la nacionalidad estadounidense, y la ayuda de tíos y hermanas que le regalan de vez en cuando productos de higiene.
Su marido, del que lleva varios años separada, solo alguna vez le da dinero a su hija.
«No le exijo, porque es lidiar con una persona que me enferma, es lidiar con una persona que me tiene que insultar para darme dinero. No, no, yo necesito paz, necesito tranquilidad, necesito estar estable emocionalmente», cuenta.
Con la pandemia «todo se cerró», le redujeron la ayuda y no podía acudir a los juzgados a reclamar, los médicos no atendían o tenía miedo de ir a los hospitales y dejó de medicarse; sus familiares perdieron el trabajo y ya no le compraban cosas y su hija dejó de ir a la escuela, donde recibía dos de las tres comidas diarias.
«Hubo un momento en el que le dije: hija, no me alcanza para darte las tres comidas, y nos tuvimos que organizar», dice.
Antes de que las autoridades de Nueva York decretaran el cierre de los negocios no esenciales en marzo de 2020, «yo ya empezaba a estar bien, ya estaba un poquito estable emocionalmente, económicamente, pero la pandemia me volvió a dejar igual que años atrás: abrió mis heridas, abrió mi dolor, abrió mi impotencia, mi coraje», dice.
La tecnología, un pequeño salvavidas en medio de la tempestad
Tras el primer golpe de la pandemia, a Margarita le costó «aprender a moverse con estas cosas tan modernas» como la plataforma Zoom, que a la postre le ha permitido presenciar cursos a distancia de alimentación y salud mental y retomar la terapia psicológica.
Con ayuda de su hija, de estas organizaciones y también de tutoriales en internet, fue poco a poco haciéndose con la tecnología.
Antes de la pandemia, «las únicas reuniones que tenía eran con mi terapeuta, ahora las hacemos virtuales, pero al principio las hacíamos por teléfono porque no me podía conectar, me daba vergüenza».
«El aislamiento se exacerbó durante la covid», explica a Efe la directora ejecutiva de la Oficina de Nueva York para la Prevención de la Violencia Machista, Kelli Owens, quien insiste en que el aislamiento ya es una herramienta empleada por quienes ejercen la violencia machista.
Todo se vio afectado, desde la posibilidad de conectarse con los centros de ayuda, hasta la viabilidad de los refugios de acogida, por lo que, desde la oficina de Owens, se movilizaron para intentar compensar el nuevo vacío costeando nuevas herramientas tecnológicas y facilitando su acceso.
Durante las dos primeras semanas, las llamadas decrecieron «significativamente», aunque una vez que las nuevas herramientas tecnológicas se pusieron en marcha, las solicitudes de ayuda experimentaron, en agosto, un aumento de hasta del 75 %, explica Owens, al agregar que continúan recibiendo un 30 % más de llamadas que antes de la llegada de la covid-19.
La pandemia tiene rostro de mujer
El secretario general de la ONU, António Guterres, reconoció durante la Comisión de la ONU sobre la Condición de la Mujer, que se celebra estos días en Nueva York, que la crisis derivada de la covid-19 se ha cebado sobre todo con las mujeres y declaró que «la covid-19 es una crisis con rostro de mujer» porque ha vuelto a sacar a la luz la desigualdad de género y les ha golpeado de forma desproporcionada.
Para intentar acceder a estas mujeres, las organizaciones tuvieron que «repensar completamente el modelo», dice Owens, quien narra cómo se lanzó un servicio de chat de texto y se distribuyeron los datos de contacto en las grandes superficies comerciales que no cerraron, parques públicos e incluso licorerías.
Ayuda psicológica, económica y alimentaria
«La covid tuvo un impacto aplastante sobre las vidas de nuestros clientes, supuso un costo alarmante en su sustento, impactó desproporcionadamente en las comunidades de color (e inmigrantes) y subrayó y amplificó las disparidades económicas, sanitarias y de educación en nuestras comunidades», dice a Efe Rosaana Conforme, directora clínica de la organización «Violence Intervention Program» que ofrece ayuda psicológica.
Además, esas disparidades se vieron reflejadas en la dificultad de acceder a las nuevas tecnologías como resultado de los «elevados precios de los aparatos digitales» o la falta de conocimientos o de infraestructura para acceder a ellos.
El impacto fue tal que la organización tuvo que adaptarse, no solo al hecho de trabajar a distancia, sino porque sus clientes ya no solo demandaban terapias sino que habían perdido sus trabajos y empezaban a necesitar dinero para pagar el alquiler y la comida o necesitaban ordenadores y una conexión wifi para la educación a distancia de sus hijos.
«Los indocumentados no eran elegibles para recibir ayuda de ningún tipo, así que tuvimos que buscar diferentes maneras creativas para ser capaces de proveer algún tipo de apoyo o conectarlos con lugares que, por ejemplo, les ofrecieran comida», cuenta.
El peor momento de la pandemia ya quedó atrás, pero muchas de sus consecuencias persisten.
«Ya empezamos a ver que esto empieza a dar un suspiro (dar un respiro), aunque a mejorar no lo creo», dice al teléfono Margarita, quien a pesar de seguir teniendo «días negros», confiesa que viendo a su hija saca las fuerzas para seguir adelante.