La revolución egipcia, diez años después desde el exilio

Diez años después de la revolución en Egipto, muchos de los que participaron de alguna forma en la Primavera Árabe se encuentran exiliados debido a la persecución que sufrieron posteriormente o a la frustración y decepción por ver cómo sus sueños de una vida mejor se esfumaban.

Sobre todo desde la llegada al poder del presidente Abdelfatah al Sisi en un golpe de Estado en 2013, que puso fin al primer experimento de gobierno civil elegido en las urnas después de la revuelta, muchos de sus protagonistas abandonaron Egipto y no saben si algún día podrán volver.

ACTIVISMO DESDE PARÍS

Tamim Heikal, de 42 años, se marchó a París en 2017, después de que se sintiera amenazado por el infame aparato de Seguridad del Estado, cuyos agentes le citaron para “tomar un café“: “Eso en Egipto significa que puedes ir y no volver”, dice en una entrevista con la agencia Epa, participada por Efe.

Heikal había intervenido en las protestas contra el dictador Hosni Mubarak, que empezaron el 25 de enero de 2011 y el 28 se tornaron en una auténtica revuelta popular. Ese día fue a la plaza Tahrir y allí se quedó: “Para mí, no he dejado la plaza hasta ahora, porque no he parado de trabajar en política desde entonces”.

Después de la dimisión del “faraón” el 11 de febrero, tras casi 30 años en el poder, Heikal fundó un partido, entró en el primer Parlamento postrevolucionario y ha seguido haciendo política, incluso desde su exilio parisino, donde promueve la libertad de expresión en el mundo árabe.

“Por supuesto, no se puede hacer política desde el extranjero, pero hay muchas actividades que podemos realizar para apoyar nuestros objetivos y los sueños que soñamos en la plaza Tahrir”, afirma.

Recuerda con emoción cómo un hombre corriente que estaba en la plaza le convenció de que podían derrocar a Mubarak: “Hasta entonces no tenía la confianza de que podíamos conseguirlo, pero la insistencia que vi en sus ojos y la confianza que tenía en sí mismo… Esa noche creí que podíamos lograrlo”.

Nuestras expectativas y esperanzas eran muy simples en aquel momento”, relata. “Solo queríamos justicia, libertad, vivir nuestra vida mejor y tener el derecho de construir nuestro país de la forma que queremos. ¡Es nuestro futuro!”

“Todavía tenemos esos sueños, pero hemos cambiado mucho y tenemos que aprender muchas cosas de política“, admite Heikal, quien asume los errores de los jóvenes de Tahrir y de las fuerzas políticas liberales: “Queríamos hacer la revolución pero no teníamos las herramientas para gobernar después o para organizarnos”.

En los pasados diez años, Heikal ha tenido muchos sentimientos encontrados, pero en este aniversario se muestra optimista: “La revolución tuvo éxito, no políticamente pero sí logró cambiar muchas cosas” en las conciencias de sus protagonistas en Egipto y otros países de la región.

“Ahora sabemos lo que queremos para el futuro, lo que significa tener un líder, un Gobierno, una democracia, cómo podemos construirla”, declara con brillo en los ojos.

ASILO POLÍTICO EN ESPAÑA

Sin embargo, desde la capital española, Belal Darder, desearía que la revolución no hubiera ocurrido, porque a ella achaca que tuviera que huir de Egipto en 2016 para evitar una condena de 15 años de cárcel por documentar con fotos y palabras los tumultuosos acontecimientos que la siguieron.

“A veces deseo que no hubiera pasado la revolución. Echo de menos muchas cosas, a mi familia, a mi madre (…) Me hubiera gustado pasar mis años en Egipto“, dice en una entrevista telefónica con Efe este joven reportero de 26 años, que no pudo reunirse con su madre antes de que falleciera porque teme regresar a su país.

Me da pena que la situación en Egipto sea tan injusta que me haga pensar esto, porque la revolución fue un acto noble, para pedir libertad, derechos, justicia social”, sostiene, aunque él no participó en las protestas del 25 de enero porque aún era menor de edad, pero las siguió “con entusiasmo” por televisión.

La esperanza duró poco, en 2011 y 2012″, recuerda Darder, que entonces tenía 16 y 17 años. En 2013 decidió comprarse una cámara y escribir un blog, y después de aprender a hacer periodismo de forma amateur, empezó a colaborar con medios internacionales y a contar lo que ocurría en las calles de Egipto.

Me gustaba mucho mi trabajo, pero duró apenas dos años“, lamenta. Hasta que un abogado le llamó para comunicarle que había sido condenado por ese trabajo, acusado de “conspirar con entidades extranjeras” y “difundir información falsa”, entre otros cargos.

“Conocía a activistas y periodistas, y sabía lo horrible que es la cárcel en Egipto”, cuenta el joven, que decidió huir del país. Pocos días después de recibir el aviso voló rumbo a Hong Kong y luego a Malasia, donde un amigo le acogió mientras solicitaba asilo político.

En 2017, España aceptó su solicitud y en octubre de 2019 le fue concedido el asilo. Aprendió el idioma, encontró trabajo y “el amor de su vida” en Madrid, donde dice sentirse “integrado” y “un refugiado afortunado”.

Entre el orgullo y la nostalgia, afirma que no tiene “ningún motivo para volver a Egipto” y, diez años después de la revolución, solo se queda con una lección: “Somos más realistas, tenemos más conocimiento y conciencia. Es la única cosa positiva, pero hemos perdido mucho por el camino, hemos perdido a compañeros, a familiares, vidas humanas”.

EN LONDRES SIN REMORDIMIENTOS

Para Mina Thabet no hay dudas: “Si volviera atrás haría lo mismo”, afirma este treintañero defensor de los derechos de las minorías en Egipto que empezó a movilizarse poco después de la revuelta de enero de 2011.

En marzo de ese año se manifestó por primera vez en protesta por la quema de una iglesia y un asalto contra la comunidad cristiana, que representa en torno al 10 % de la población egipcia, y que también aspiró a conseguir plenos derechos y la igualdad y seguridad que jamás tuvo durante la dictadura de Mubarak.

Vi en la revolución una oportunidad para mejorar las cosas, para tratar de cambiar mi realidad como cristiano copto, miembro de una minoría religiosa oprimida, sujeta a discriminación y violencia cada día”, explica Thabet.

Por ello, fundó junto a otros activistas la Unión de Jóvenes de Maspero, nombre por el que se conoce la sede de la radiotelevisión estatal egipcia y junto a la que empezaron a protestar y acampar los coptos. “Queríamos acabar con la discriminación o al menos ponerla en evidencia”, indica.

La Unión convocó en octubre de 2011 una de las manifestaciones más brutalmente reprimida por el Ejército: una numerosa marcha de cristianos fue detenida con disparos y blindados militares cerca del edificio de Maspero, y una treintena de personas perdieron la vida, algunas de ellas aplastadas por las tanquetas.

Vi los vehículos militares atropellar a la gente como si fueran ratas, en la carretera, y este momento no lo voy a poder olvidar nunca“, relata.

Sin embargo, destaca que “fue la protesta más pacífica” en la que jamás estuvo: “Había mujeres, niños, personas mayores… Estaban todos marchando y levantando sus cruces para reivindicar su identidad religiosa”.

A pesar de todo, continuó su activismo a favor de los marginados en Egipto, a través de distintas organizaciones. Hasta que, como jefe del departamento de Minorías de la ONG Comisión Egipcia de Derechos y Libertades, fue detenido en 2016 y mantenido en prisión preventiva durante un mes por acusaciones como “difundir información falsa” y “unirse a un grupo terrorista”.

Su arresto fue uno de los motivos que le empujó a marcharse de Egipto en 2017, primero para estudiar un máster en Escocia y luego decidió quedarse en Reino Unido porque consideró que corría peligro si regresaba. “No quería volver a vivir esa experiencia horrible“, dice sin remordimientos.

“Lo que me ocurrió me hace creer en el trabajo de los activistas y las organizaciones de derechos humanos, en la necesidad de seguir haciendo lo que hacemos y seguir hablando por los que están en la cárcel” en Egipto, declara.

Diez años después de la revuelta y con numerosos activistas, políticos, sindicalistas y periodistas encarcelados, Thabet admite: “Hicimos lo que teníamos que hacer, lo intentamos y no tuvimos éxito. Cometimos muchos errores, aprendimos de esos errores y seguimos aprendiendo, pero nunca nos dieron una segunda oportunidad”.

Con cierto escepticismo pero sin perder la fe, concluye: “la revolución empezó mucho antes del 25 de enero y de alguna forma todavía continúa” a día de hoy.