Desplome del petróleo golpea la economía mundial

El fin de las conversaciones entre la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y Rusia, llevaron a Arabia Saudita a iniciar una guerra de precios, lo que genera el desplome del petróleo, de forma tal que golpea la economía mundial, ya que los bancos centrales del mundo, entran en una nueva conmoción económica, sumado al impacto del Coronavirus.

 

Países productores podrían verse afectados

En ese sentido, la volatilidad extrema se apodera del mercado petrolero, con la cotización en caída libre. El crudo se desploma este lunes casi un 20%, pues el crudo Brent cayó casi una tercera parte a US$ 31 el barril, y Goldman Sachs Group Inc. dijo a los clientes que el oro negro podría caer rápidamente a los US $20.

Un desplome tan extraordinario, si se mantiene, dañaría los presupuestos de países como Venezuela o Irán, pondría en peligro el corazón de la revolución del petróleo de esquisto de Estados Unidos y alteraría la política en todo el mundo. Para los bancos centrales, la posibilidad de una desestabilización de los precios es una complicación adicional mientras tratan de anticipar el impacto de la epidemia de coronavirus en la economía. Y un largo período de precios baratos del petróleo podría incluso dañar la lucha contra el cambio climático, ralentizando la transición a las energías renovables.

“Algo así podría tener más repercusiones mundiales que una guerra comercial entre China y Estados Unidos porque el petróleo afecta muchas cosas en la economía mundial”, dijo Rohitesh Dhawan, director de energía, clima y recursos de Eurasia Group en Londres.

Hay ganadores de unos precios más bajos del petróleo, entre ellos China, el mayor importador de petróleo del mundo, cuya recuperación del virus será clave para la economía mundial.

En lo que respecta a EEUU, esta vez es diferente, ya que en el pasado se beneficiaba de los bajos precios del petróleo, pero ahora es un exportador en lugar de un comprador. Y el impacto en la demanda económica por el virus atenúa cualquier estímulo que pueda proporcionar un petróleo barato. Las conmociones por el petróleo solían ser temidas por su impacto en la inflación. Ahora, en un mundo donde los bancos centrales buscan desesperadamente el crecimiento de los precios, la dinámica opuesta está en juego.

“Unos precios más bajos del petróleo no harán que la gente vuelva a utilizar trenes, aviones y automóviles”, dijo Stephen Innes, estratega jefe de mercado de Asia con Axicorp Ltd. “Pero ahora tenemos un desastre financiero que se está gestando en forma de crisis en la industria del esquisto”.

Es de acotar que se trata del mayor colapso desde el fatídico 17 enero de 1991, en los estertores de la Guerra del Golfo. Detrás, además del temor a la epidemia, emerge un factor adicional: la posibilidad, cada vez más cercana, de un choque entre Arabia Saudí y Rusia, segundo y tercer máximos productores, respectivamente.

El batacazo deja lejos la cota de los 40 dólares por barril —niveles inéditos en cuatro años—, pone contra las cuerdas a los países petroleros —y, sobre todo, a aquellos que tienen que incurrir en mayores costes de extracción o que bombean un crudo de menor calidad— y supone un duro golpe para un puñado de naciones latinoamericanas: Venezuela, Ecuador, México, Colombia, Brasil o Argentina, entre otras.

Los grandes fondos de inversión y el resto de popes del mercado tuvieron todo el fin de semana para pensar y sopesar opciones. Y la conclusión es clara: ven un panorama mucho peor del que atisbaban el viernes pasado, ya de por sí negativo. Al temor, bien fundamentado, por que la epidemia termine por hundir la demanda de crudo —según los cálculos de la consultora IHS Markit, caerá en el primer trimestre de 2020 a un ritmo incluso mayor que en los peores momentos de la Gran Recesión— se suma ahora el desacuerdo entre la segunda y tercera mayores potencias petroleras del planeta, Arabia Saudí y Rusia, respectivamente, para tratar de recortar los bombeos y drenar así el crudo sobrante en el mercado. Era la única opción posible para compensar el batacazo del consumo y, sin pacto, no hay contrapeso posible para unos precios en caída libre.

Ante la negativa de Rusia a aceptar la retirada de 1,5 millones barriles al día —una cifra gruesa: algo más de lo que consumen países como España o Italia—, Arabia Saudí ha optado por jugar a la contra. A lo largo del fin de semana, su petrolera estatal —Aramco, que también ostenta el cetro de mayor empresa cotizada del planeta— abrió la puerta a redoblar su producción en un movimiento contrario al propuesto originalmente y rechazado por el Kremlin.

La acción prendería fuego en un mercado ya de por sí muy disputado, abriendo una batalla cruenta entre dos países que llevaban más de tres años remando en la misma dirección para tratar de hacer frente al dominio estadounidense. En un giro de 180 grados tras el sorprendente y rotundo no cosechado ahora el objetivo de Riad sería eliminar competidores, con Moscú en el punto de mira.

El reino del desierto, líder de facto de la OPEP, cuenta con una ventaja sobre el resto de países petroleros: incluso si el precio por barril cayese al citado entorno de los 20 dólares, su producción seguiría siendo rentable, algo que no pueden decir ni EE UU ni Rusia. Pero a los inversores la situación les recuerda demasiado a 2014, cuando los saudíes abrieron el grifo para tratar de expulsar a parte de los productores fracking de Texas y el botín obtenido fue mucho menor de lo esperado: quebraron muchas firmas dedicadas a la obtención de crudo por fracturación hidráulica, pero Washington acabó saliendo reforzado como primer productor mundial. En una guerra de precios, a corto plazo solo ganan los países consumidores. A largo plazo, nadie.