Por qué la política exterior de Trump ha fracasado en Venezuela y en Irán

Desde que asumió la Presidencia, Donald Trump ha adoptado la bravuconería, que dista mucho de ser estratégica, como forma de conducir la política exterior de los Estados Unidos. La buena voluntad y las esperanzas, habituales en los comienzos de año, se disiparon en los primeros días de 2020, ante la perspectiva de una guerra con Irán. El enfoque no estratégico y pendenciero de Trump también conllevó costos para Venezuela.

Desde que asumió la Presidencia, Donald Trump ha adoptado la bravuconería, que dista mucho de ser estratégica, como forma de conducir la política exterior de los Estados Unidos. Por cierto, estas son expresiones que tomo prestadas del senador Chris Murphy, quien el pasado 6 de enero divulgó un tuit, ilustrado con una foto donde aparece Juan Guaidó rodeado de militares que conforman una especie de bosque de sombras, acompañado de un comentario donde decía: “Mientras tanto, también se cae a pedazos la política de puras bravatas sin estrategia de Trump en Venezuela”.

Las improvisaciones de Trump, aunque peligrosas para la seguridad nacional, son mensajes a su base electoral, que babea por la retórica de ‘América Primero’. Este discurso aviva emociones en esa multitud y reinstaura sentimientos arraigados en los días de la Guerra Fría; esto es, el enfoque binario frente a problemas complejos en la política exterior. Trump habla y actúa como si la política exterior y los conflictos internacionales fueran intríngulis de una serie de cómics de Marvel o una película de cowboys.

La buena voluntad y las esperanzas, habituales en los comienzos de año, se disiparon en los primeros días de 2020, ante la perspectiva de una guerra con Irán. En octubre de 2015, los principales países del mundo –Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China, Rusia, Alemania y también la Unión Europea (con el respaldo de la Agencia Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas)- acordaron el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), conocido como Acuerdo de Irán.

Además de controlar al régimen de Irán y evitar que desarrollase armas nucleares, según la opinión de los expertos, el acuerdo proporcionaba un marco para la diplomacia, así como para la reducción de la tirantez con el régimen de Irán por sus acciones en la región y sus ambiciones.

Trump se cuadró con la perspectiva minoritaria (aunque popular para su base política y para gente prejuiciada o desinformada sobre el asunto), que pretende negar el valor de ese acuerdo multilateral. Como presidente, se apartó de lo pactado, rompiendo el compromiso de Estados Unidos con sus aliados y poniendo en marcha una escalada de sanciones que, según aseguró, serían efectivas y suficientes para forzar el cambio en el régimen de Irán.

Y aquí estamos, exactamente en el escenario opuesto, al borde de un gran conflicto, que pone en peligro a los Estados Unidos y al mundo. Más aún, el propio Irak ha condenado a Trump por sus acciones contra Irán, supuestamente ejecutadas con base en informes de inteligencia, para evitar antagonismos en la región. Incluso, el Congreso de Irak ha pedido el retiro total de las tropas estadounidenses de su país.

Es cierto que el ataque de Trump en Bagdad puso fin a la vida del general Quasem Soleimani, un criminal, figura prominente de un régimen opresivo y perverso, autor de atrocidades dentro y fuera de Irán, que incluyen las muertes de ciudadanos estadounidenses. Pero las circunstancias, lugar y forma de este ataque revisten las características de una declaratoria de guerra a Irán, y no una respuesta militar razonable y proporcional de tipo retaliatorio o preventivo, particularmente en ausencia de pruebas contundentes de riesgo inminente o la necesidad efectiva de proteger un interés de seguridad nacional.