La mujer que probaba la comida de Hitler por su temor a ser envenenado

Con motivo de la publicación de la novela La catadora de la autora italiana Rosella Postorino, inspirada en ella, El País de Madrid rescata la figura de Margot Wölk, una mujer alemana a la que las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial la llevaron a estar en un lugar bastante desafortunado, pero también a ser la única en su posición que vivió para contar su experiencia.

Curiosamente, la historia de Margot Wölk no se supo hasta bien entrado el siglo XXI, cuando decidió romper el silencio y contarle al periódico Der Spiegel lo que había vivido en los últimos años de la guerra, la “época más dura de su vida”.

Margot Wölk, nacida en la localidad de Wilmersdorf en Berlín en 1917, tenía 22 años cuando se desató la guerra, y asegura que antes había rechazado la invitación a unirse a la Liga de Muchachas Alemanas, la contraparte femenina de las Juventudes Hitlerianas.

Sin embargo, cuando se mudó a la casa de sus suegros en la aldea de Gross-Partsch y el alcalde del lugar llegó a reclutar mujeres para trabajar al servicio de Hitler, ya no pudo rechazar la “invitación”. Era 1942 y negarse equivalía seguramente a la muerte.

Margot y otras 14 jóvenes mujeres de Gross-Partsch tuvieron la mala suerte de que el famoso cuartel militar de Hitler llamado la Guarida del Lobo estuviera a pocos kilómetros de allí. Entonces las 15 mujeres fueron reclutadas por el alcalde y conducidas a un barracón donde varios cocineros preparaban la comida de Hitler de ese día.

Los rumores sobre que los Aliados tenían planes de matar a Hitler envenenándolo habían puesto paranoico y precavido al Führer.

Una hora después de que las mujeres habían probado todos los platos y no manifestaban signos de envenenamiento, la comida era llevada a la Guarida del Lobo para que comiera Hitler, a quien Margot nunca vio personalmente. Las 15 mujeres tenían acceso a platos deliciosos y suculentos, banquetes únicos en tiempos de guerra en los que la población no tenía acceso al café o tenía que diluir la mantequilla para hacerla durar.

Grandes mesas de maderas eran llenadas de platos con verduras, frutas exóticas, fideos, salsas y postres. Carne o pescado nunca había porque Hitler ya se había vuelto vegetariano, un dato biográfico respaldado en partes por testimonios directos como el de Margot Wölk.

“La comida era buena… muy buena” le dijo Margot Wölk a Der Spiegel. “Pero nosotros no podíamos disfrutarla”. Cada bocado podía ser el último. Margot Wölk dice que después de la guerra tuvo que aprender a disfrutar de comer nuevamente.