“Tuve un sueño imposible”

Javier Fernández se despide con 27 años tras revolucionar el patinaje sobre hielo. Compareció este lunes en el Palacio de Hielo de Madrid para hacer una confesión: la suya es la historia de un niño obsesionado con responder una pregunta.

“Cuando tenía seis años, acompañé a mis padres a recoger a mi hermana cuando empezó ella a patinar. Un día surgió la pregunta de si quería patinar, y dije que sí. Dos años más tarde empecé la competición con patines de segunda mano. Tuve un sueño imposible. ¿Podría un niño de Cuatro Vientos destacar en un mundo tan complejo?”.

La respuesta se la ha dado a sí mismo el propio Javier Fernández 21 años después: “Vuelvo a casa con siete Europeos, dos campeonatos del mundo y una medalla olímpica”.

Sus victorias en patinaje artístico han llegado sin una tradición para su deporte en España y sin apenas estructura, tal y como lo hicieron también en su día personalidades de la talla de Paquito Fernández Ochoa en los setenta, Severiano Ballesteros en los ochenta o Carolina Marín, compañera de generación y otra especialista en conquistar territorios desconocidos para el deporte español.

Para ello, el madrileño ha añadido al talento y al esfuerzo, las cualidades indispensables en cualquier campeón, dos características no tan comunes, especialmente en deportes tan cartesianos como el patinaje artístico: intrepidez y creatividad. A sus éxitos en las competiciones añade otra victoria que simboliza su trayectoria: ser el primero en introducir tres pases de saltos cuádruples en el programa libre y dos en el programa corto.

El impacto de Javier Fernández en España se puede medir con dos cifras. En 2008, antes de su irrupción, el patinaje artístico presentaba 36.337 licencias federativas, según datos del Consejo Superior de Deportes. Casi 10 años después, en 2017, última fecha disponible, ese número se había disparado hasta las 60.425.

Algo ha tenido que ver en ello dos Mundiales, siete campeonatos de Europa consecutivos (algo que no se veía en el patinaje desde que lo lograra el austríaco Karl Schäfer en 1936) y el bronce olímpico de los Juegos de Pyongyang.