Wilson Menashi tomó un calamar en su mano y extendió su brazo en el tanque de un acuario. Luego vio cómo un gigantesco pulpo se acercaba y lo recibía como a un amigo.
Freya usó algunas de sus 2.240 ventosas, que pueden oler y saborear los alimentos, para explorar qué le ofrecía Menashi, un anciano de 84 años que tiene una relación especial con estos cefalópodos y es conocido como “el encantador de pulpos”.
“Se está comunicando conmigo y me está diciendo, ‘oye, ven aquí’”, dice Menashi aludiendo al animal de tres años y 18 kilos (35 a 40 libras). Sus brazos se extienden cuatro metros (14 pies) y son lo suficientemente fuertes como para matar tiburones y otros enemigos.
Pero el delicado encuentro de esta tarde dejó en claro que Menashi tiene una forma muy especial de comunicarse con estos animales, cuyos cuerpos incluyen una gran cabeza y ocho fuertes brazos.
Hace más de 25 años, Menashi se jubiló como ingeniero químico y empezó a trabajar como voluntario en el Acuario de Nueva Inglaterra en Boston.
Se pasó7.800 horas –el equivalente a cuatro años de trabajo a tiempo completo– jugueteando con los pulpos, según el acuario.
“Pude comunicarme con ellos desde el principio. No sé por qué. No sé cómo explicarlo, pero puedo comunicarme con ellos”, declaró Menashi en el Olympic Coast Sanctuary donde viven Freya y Professor Ludwig Von Drake, un gigantesco pulpo del Pacífico más joven que habita otro tanque.
Menashi sonríe tímidamente al reconocer que los pulpos le dejan marcas.
“A veces”, cuenta, “regreso a casa lleno de chupetones en el brazo y el cuello”.
¿Qué explicación le da a la mujer?
“No hace falta mucha explicación cuando tienes 10 o 15 marcas juntas”, explica. “Además, ella sabe dónde estoy”.
El trabajo de Menashi como voluntario incluyó la creación de una especie de rompecabezas para los pulpos, masajes en la espalda y forcejeos con sus brazos, para asegurarse de que estos animales extremadamente inteligentes reciben los estímulos mentales necesarios para que se mantengan avispados.
Después de dos décadas de trabajo con los pulpos, Menashi sigue sorprendiéndose con su capacidad de adaptación y de los misterios que los rodean.
Experimentos indican que los pulpos no distinguen los colores, pero son maestros en el arte del camuflaje. Un complejo sistema de células pigmentarias, nervios y músculos les permite cambiar el color de su piel en un abrir y cerrar de ojos para tomar el color del medio ambiente y pasar inadvertidos.
“Lo que más me sorprende es cómo pueden distinguir a las personas y reaccionar de una forma distinta con cada una de ellas”, comentó Menashi. “Les hice algunos juguetes, algunas cajas, y les puse distintos cerrojos para forzarlos a encontrar la forma de llegar a la comida que hay adentro. Pero ellos hicieron papilla la caja”.
Detallista, paciente y dispuesto a experimentar, Menashi es el “encantador de pulpos” perfecto, según Bill Murphy, empleado del acuario.
“Cada pulpo es diferente. No puede usar las mismas técnicas con todos”, indicó. “Tienes que hacer ajustes. Y Wilson los hace”.
Menashi dijo que el tiempo que pasa con los pulpos y otros animales le da sentido a su vida ahora que está jubilado.
“El solo hecho de estar aquí es como un salvavidas”, manifestó. “Me da algo que hacer. Nuevos intereses. Y me muestra que el mundo es un lugar lindísimo”.