la crisis de Facebook aun no ha terminado

Facebook sigue sufriendo las consecuencias de dos años de crisis y drama internos. La última mala noticia ha sido un largo reportaje del New York Times -preparado durante seis meses por cinco periodistas y con más de 50 entrevistas- donde queda en evidencia que Facebook, a pesar de su retórica, se comporta como una gran compañía más: el crecimiento y su prestigio, por encima de todo.

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El New York Times reveló que la reacción de la número 2 de la compañía, Sheryl Sandberg, a la investigación rusa fue minimizarla. Quería evitar vincular el nombre de Rusia con el éxito de Donald Trump para no enfadar a republicanos. A principios de 2017, las agencias de inteligencia ya habían anunciado que el mismo presidente Putin había ordenado una campaña de influencia para ayudar a elegir a Trump. Facebook publicó un informe en abril de 2017 y no citó a Rusia. No fue hasta septiembre, cuando ya internamente era flagrante la campaña rusa en Facebook con anuncios y posts virales, cuando Zuckerberg decidió dar la cara.

La compañía disputa la intensidad y los plazos del New York Times: “He dicho muchas veces que fuimos demasiado lentos para detener la interferencia rusa. Sugerir que no estábamos interesados en saber la verdad, o esconder lo que sabíamos simplemente no es verdad”, dijo Zuckerberg este jueves en una rueda de prensa telefónica.

El ex jefe de seguridad de Facebook, Alex Stamos, dijo en Twitter que nadie le había impedido investigar la campaña rusa. Pero la pregunta real es si se diluyó su labor. Su hilo en Twitter no aclara el fondo, aunque reparte culpas para todos, también para los medios por publicar historias sobre los emails de la campaña de Hillary Clinton sin importarles que vinieran de la inteligencia rusa. Stamos tampoco aclaró si su acuerdo de finiquito con Facebook incluye evitar criticarles.

Creadores de desinformación

La reacción a la campaña rusa no fue la peor revelación del reportaje del Times. La noticia más desastrosa fue la contratación de una empresa de relaciones públicas, Definers Public Affairs, para difundir la presunta financiación oscura de activistas en contra de la compañía -Freedom from Facebook, por ejemplo- o criticar a algunos de sus rivales, como Apple.

Zuckerberg dijo que se enteró que Facebook trabajaba con Definers al leer el New York Times: “Eso son tácticas típicas de Washington”, dijo. Ese mismo día rompió el contrato con Definers. La información es, como poco, embarazosa. Definers trabaja en el límite de la desinformación. Tiene una web, NTK Network, con 120.000 seguidores en Facebook, donde publica historias que a menudo replican otras publicaciones conservadoras con más tráfico. Facebook por tanto combatía con una mano en su plataforma la expansión de las fake news y, con la otra, las fomentaba contra sus rivales.

El gran rival al que presuntamente acusaban de financiar Freedom from Facebook es George Soros, objetivo constante de campañas antisemitas. En su declaración sobre el reportaje del New York Times, Facebook admitía este objetivo con Definers: “La intención era demostrar que no era simplemente una campaña espontánea de base, como decían, sino apoyada por un crítico de la compañía bien conocido [Soros]. Sugerir que esto ea un ataque antisemita es reprobable y falso”.

El presidente de la Fundación Open Society, Patrick Gaspard, financiada por Soros, ya había respondido a la información del Times con una carta a Sandberg, la número 2: “Hay un esfuerzo conservador concertado para demonizar a George Soros y sus fundaciones, que yo dirijo”, escribía. “La idea de que su compañía se implicó activamente en ese mismo comportamiento para desacreditar a gente ejerciendo su derecho a protestar el rol de Facebook en diseminar propaganda vil es francamente asombroso para mí”, añadió.

¿Y ahora qué?

Las revelaciones son graves, pero sus consecuencias pueden ser peores. Sheryl Sandberg había trabajado en administraciones demócratas. El reportaje sugiere que políticos demócratas habían sido poco agresivos con Facebook. Las novedades provocaron el mismo jueves un alud de críticas desde el Congreso que pueden llevar al mayor temor para Facebook: la regulación. Si los políticos se atreven, hay dos vías para frenar a Facebook: una más compleja, que es meterse en legislar el funcionamiento de la red social. Otra más directa y definitiva: obligar a Facebook a desmembrarse y deshacerse de sus minas de oro futuras, Instagram y WhatsApp.

Hasta ahora, el argumento era que la mejor opción era presionar a Facebook para que se regulara a sí mismo. Ese fue en parte el contenido de la rueda de prensa de Zuckerberg del jueves. Anunció dos novedades que pueden cambiar el rumbo de la compañía, pero que quedaron soterradas por las preguntas sobre el Times.

Primero, su algoritmo iba a dejar de premiar el contenido más sensacionalista, que explicó con esta admisión notable: “Uno de los grandes problemas de las redes sociales es que, cuando se las deja sin control, la gente se engancha desproporcionadamente al contenido más sensacionalista y provocador. No es un fenómeno nuevo. Está extendido en la tele por cable y ha sido un rasgo básico de los tabloides. Si se escala, puede socavar la calidad del discurso público y llevar a la polarización. En nuestro caso, puede degradar la calidad de nuestros servicios”. Está por ver cómo la inteligencia artificial detecta y degrada estos contenidos en la página de Facebook de cada usuario, pero la intención aspira a cambiar la red tal y como la conocemos. Zuckerberg comparó, de hecho, el funcionamiento de Facebook a un tabloide.

La segunda noticia que dio Zuckerberg es la creación de un Tribunal Supremo de Facebook que sea quien decida sobre la retirada o no de contenidos debatibles. La intención de Zuckerberg es publicar los dictámenes de ese nuevo organismo. El objetivo es que esté en marcha durante 2019.

El caso de Facebook ilustra la madurez de los gigantes tecnológicos. Ya no pueden defender que su gran misión es “hacer el mundo más abierto y conectado” es intrínsecamente buena. Más cuando es obvio que la empresa está centrada en hacer lo que las empresas hacen mejor: ganar dinero. Cuando Facebook ha tenido que escoger entre crecer y crecer o ser más transparente, sincero o humilde, ha escogido la primera opción. Ahora Facebook recibe el tratamiento reservado a gobiernos o grandes empresas: suspicacias, sospechas, peticiones de responsabilidad. El nuevo estatus puede perjudicarle con la moral de sus trabajadores o la capacidad para contratar a jóvenes talentos con ganas de cambiar el mundo.

Pero no todo es solo malo: si logra sortear las peores consecuencias, su relevancia apunta a que está más cerca de convertirse en una compañía estable y dominante durante años.

EP