Alejandro Otero inventó el modernismo en el arte venezolano

Las manos de Alejandro Otero nunca estaban quietas, al contrario, se movían vertiginosas para dar forma a esa imágenes que bullían en su mente: líneas y colores sobre los modernos edificios de la Ciudad Universitaria, formas inmensas e imposibles que se materializaron en esculturas dónde luz y movimiento, danzan al compás de la brisa caraqueña. Todo esto nos dejó este artista, antes de partir físicamente aquel 13 de agosto de 1990. 

Alejandro Otero. El modernismo en el arte venezolano

Al igual que Jesús Soto, Otero vino del estado Bolívar. Tras la repentina muerte de su padre, tuvo que dejar El Manteco, su pueblo natal para trasladarse a Upata dónde viviría una infancia apacible en compañía de sus tíos y primos: Tenía una sensibilidad especial,que se relacionaba con esa naturaleza exuberante de lo que es Guayana: ese amor por el río y las estrellas”, dice en una entrevista su hija Mercedes.

Alejandro Otero inició su formación pictórica en la Escuela de Artes aplicadas de Caracas, bajo la tutela del maestro Monsanto. A partir de 1944, pinta su auto denominada, “etapa escolar”, dónde predominaban desnudos y paisajes que recordaban el lenguaje de Cézanne. Por aquella época realiza su primera exposición en el Museo de Bellas Artes, muestra que le haría merecedor de una beca otorgada por el gobierno francés y el Ministerio de Educación de Venezuela. Pasaría el año siguiente nutriéndose con las vanguardias artísticas de París.

Desnudo de la espalda Azul (1944)

 En la ciudad luz, se vería muy influido por la obra de Picasso, fijación que se reflejaría en una serie de composiciones denominada : “Las Cafeteras”. 

Cafetera azul (1946)

Esas pinturas marcaron su alejamiento definitivo de la tendencia figurativa. En ellas, Otero descompone los objetos en sus componentes primarios para alcanzar la abstracción. Vanguardia que confundió a los críticos en la Caracas de 1946. Sin dejarse amilanar, regresa a París, dónde se dedicó a estudiar la obra del pintor neerlandés, Piet Mondrain, referente definitivo, de toda su obra. Inspirado por este artista, realizaría los coloritmos, una de sus piezas fundamentales, que lo haría merecedor del Premio Nacional de Pintura en 1958.   

serie coloritmos (1951)

“Fue la primera vez, que se establece un diálogo entre la arquitectura y el arte, no solo en la UCV, sino por toda la ciudad“. 

El afán de sacar las obras de arte de los museos y ponerlas en contacto con la gente lo llevaría hasta las “esculturas cívicas”, monumento de gran tamaño que instaló en plazas públicas de: Maracay, Caracas, Ciudad Bolívar, y fuera de nuestras fronteras en Urbes latinomericanas de México, Bogotá y Milan. Todas ellas imponentes esculturas de aluminio, cuyas superficies reflectantes, configuraban un cegador juego de luces sobre los ojos del espectador.    

El Abra Solar de Otero representó a Venezuela durante la XL bienal de Venecia en 1982

Como una escultura en el imaginario de las artes, la obra de Alejandro Otero fue alzándose poco a poco, con sus cimientos marcados en tres lenguajes  : el figurativo de sus primeros años, la abstracción y el color que le señalaron el  norte y  sus estructuras titánicas, que la llevan a lo más alto, igual que escaleras al sol.

 

 

 

Fuente: Globovisión/KM